viernes, 6 de febrero de 2009

Pase a mi humilde morada II


Por el pasillo en semipenumbra (aún no es la época de las explosiones pirotécnicas ni de las luces y el reggaeton) aparece uno de los luchadores: traje de pantalón pardo, camiseta de tirantes y calzón más oscuro, sin máscara, seguido por su second, un hombrecillo eternamente vestido de blanco, la cara torva y el pelo repeinado hacia atrás. El luchador mira con desprecio a la multitud que lo abuchea. Él es el malo de la lucha, el enviado de la oscuridad. No hay aún diferencia entre rudos y técnicos, pero éste sería catalogado entre los rudos más rudos, marrullero, encomiado enemigo del ídolo. Al llegar al ring, su second le levanta las cuerdas para que él entre, pero tropieza y da un pequeño traspié que arranca alaridos jocosos del público. El luchador lo encara y toma una actitud beligerante también con el público mientras recibe unos cuantos papeles arrugados de la primera fila. Ahora el malo está en su esquina y se quita la capa perlada y la entrega a su second quien, solícito, le pasa un peine con el que alisa su cabello. Porque de estilo es de lo que se trata ser luchador.

Cuando ya todos están en el éxtasis, por el pasillo aparece el ídolo, el non plus ultra de la bondad y, al mismo tiempo, redentor y castigador de los malos, materializador de las palizas que contra el enemigo quisiera dar el público.

Su andar es ágil y llega al cuadrilátero después de haber dado abrazos, besos y estrechado manos del público que se le acerca para tocarlo, para que algo de él se quede en ellos.

Ágilmente sube al ring y cruza entre las cuerdas. Va a su esquina y se quita la capa aterciopelada que entrega a su second. Ahora está vestido sólo con el pantalón y las botas, usando la máscara plateada que es símbolo de pureza y fortaleza.

En el centro del ring aparece un hombre elegante dentro de su fealdad, con un pañuelo blanco en la bolsa del saco y con unas hojas de papel en la mano. toma un micrófono que desciende del oscuro cielo y anuncia:

¡Lucharáaaaaaan... a dos de tres caídas, sin límite de tiempoooo!. En esta esquina, ¡el Malvado Profesor Landrú! (aullido del público) y en esta otra... ¡Santo, el Enmascarado de Plataaaa! (renovado aullido que demuestra la entrega del público y preludia el encuentro).

Santo salta ágilmente a un lado y esquiva una patada a traición de Landrú (Santo había estado en su esquina, haciendo sentadillas de calistenia) quien lo atacó por la espalda. Santo, entonces, aplica un candado al cuello y Landrú, dolido, da pequeños golpecitos en el brazo de Santo. Luego, el malvado se libera y aplica una doble Nelson a Santo que, impulsándose con las piernas, lanza a Landrú por el aire. El Malvado Profesor se duele y se soba la cadera pero ataca al Santo con golpes de tajo en la cara. Santo rueda por el suelo y Landrú le aplica la cruceta. Santo se libera y aplica unos cuantos rodillazos a la cara de Landrú (quien diga que el Santo era un "técnico", no sabe nada de lucha libre) que rueda por el suelo. Cuando Santo le aplica una yegua, Landró aletea los brazos deseperadamente y el referee se lanza por el aire, sobre el amasijo de piernas y brazos convulsos, y golpea tres veces con la palma sobre la lona. Santo libera a Landrú quien rueda lastimosamente hacia afuera del ring. La mano de Santo es levantada en señal de triunfo. El héroe va a su esquina y, desde ahí, hace un gesto galante a una muchacha sentada en la primera fila. Esta mujer merece nuestra atención: es joven y hermosa, pero su belleza es recatada. Se haya sentada entre dos hombres, uno de ellos mayor, de cabello cano, bien vestdio pero sin ser presuntuoso y el otro, un mozuelo elegante, de cabellos ondulados, que fuma con soltura. Los tres parecen ser viejos conocidos de Santo.

La lucha reanuda y Santo es sorprendido por Landrú quien, en el intervalo, ha untado una sustancia extraña en sus manos y las talla sobre la máscara de Santo. Éste se ve como si estuviera ciego, se talla la cara con los brazos tratando de liberarse de la sustancia y está a merced de Landrú. el malvado lo toma del cuello y lo lleva hacia las cuerdas donde lo ahorca entre la segunda y la tercera. Frente a ellos, en la primera fila, tres hombres torvos sonríen al profesor. Uno de ellos, el más bajo, podría ser un luchador también: su cuerpo es maciso y musculoso; usa una gabardina y sombrero y cambia comentarios con sus compinches mientras fuman y miran a su jefe maltratar al ídolo. Varios golpes de Landrú sobre la humanidad de Santo y éste se ve vencido, perdiendo la segunda caída.

Perderá Santo la lucha? Se elevará el mal conel triunfo?

En su esquina, Santo se lava la cara con agua que su second le ha acercado. Ahora parece ver bien. Y la lucha continúa cuando Santo aplica varios topes de borrego a la panza de Landrú quien cae de bruces. Santo, en el paroxismo de la temeraridad, sube a la tercera cuerda y vuela sobre Landrú, golpeándolo en su tosca humanidad con la frente. Inerte, incapaz de moverse, Landrú es sometido por el santo con un cangrejo. El referee da los tres golpes en la lona y decreta que santo es el ganador.

Los malvados de la primera fila aplastan sus cigarrillos con rabia y salen de la arena. La moza de la primera fila babea por Santo. La multitud trata de acercarse al ídolo y lo cargan en andas hasta su camerino.

Esta noche el bien ha triunfado.

Landrú, en su camerino, regodeándose frente a sus secuaces, anuncia que el fin de Santo está próximo.

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