lunes, 19 de octubre de 2009

Sabina es un cronopio


Una comparación simple, para retomar la escritura. Sin más palabras por mi parte.


Si lo que quieres es vivir cien años
no pruebes los licores del pacer;
si eres alérgico a los desengaños
olvídate de esa mujer;
compra una máscara antigás,
mantente dentro de la ley.
Si lo que quieres en vivir cien años
haz músculo de cinco a seis.
[1]

Los famas habían puesto una fábrica de mangueras, y emplearon a numerosos cronopios para el enrollado y depósito. Apenas los cronopios estuvieron en el lugar del hecho, una grandísima alegría. Había mangueras verdes, rojas, azules, amarillas y violetas. Eran transparentes y al ensayarlas se veía correr el agua con todas sus burbujas y a veces un sorprendido insecto. Los cronopios empezaron a lanzar grandes gritos, y querían bailar tregua y bailar cátala en vez de trabajar. Los famas se enfurecieron y aplicaron en seguida los artículos 21, 22 y 23 del reglamento interno a fin de evitar la repetición de tales hechos.[2]

Y ponte gomina (que no te despeine
el vientecillo de la libertad);
funda un hogar en que nunca reine
más rey que la seguridad.
Evita el humo de los clubs,
reduce la velocidad…
Si lo que quieres es vivir cien años
vacúnate contra el azar.

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de los anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto. Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.[3]

Deja pasar la tentación,
dile a esa chica que no llame más,
y si protesta el corazón, en la farmacia puedes preguntar:
“¿venden pastillas para no soñar?”

Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank Sinatra".
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones." Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.[4]

Si quieres ser Matusalén
vigila tu colesterol,
si tu película es vivir cien años
no lo hagas nunca sin condón.
Es peligroso que tu piel desnuda
roce otra piel sin esterilizar.
Que no se infiltre el virus de la duda
en tu cama matrimonial.
Y si en tus noches falta sal
para eso está el televisor.
Si lo que quieres es vivir cien años
¡no vivas como vivo yo!

No había un desorden que abriera puertas al rescate, había solamente suciedad y miseria, vasos con restos de cerveza, medias en un rincón, una cama que olía a sexo y a pelo, una mujer que me pasaba su mano fina y transparente por los muslos, retardando la caricia que me arrancaría por un rato a esa vigilancia en pleno vacío. Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este
placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba.[5]

Deja pasar la tentación,
dile a esa chica que no llame más,
y si protesta el corazón, en la farmacia puedes preguntar:
“¿venden pastillas para no soñar?”

Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días. Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del coro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.[6]

Deja pasar la tentación,
dile a esa chica que no llame más,
y si protesta el corazón, en la farmacia puedes preguntar:
“¿venden pastillas para no soñar?”

Un fama descubrió que la virtud era un microbio redondo y lleno de patas.
Instantáneamente dio a beber una gran cucharada de virtud a su suegra. El resultado fue horrible: esta señora renunció a sus comentarios mordaces, fundó un club para la protección de alpinistas extraviados, y en menos de dos meses se condujo de manera tan ejemplar que los defectos de su hija, hasta entonces inadvertidos, pasaron a primer plano con gran sobresalto y estupefacción del fama. No le quedó más remedio que dar una cucharada de virtud a su mujer, la cual lo abandonó esa misma noche por encontrarlo grosero, insignificante, y en un todo diferente de los arquetipos morales que flotaban rutilando ante sus ojos.
El fama lo pensó largamente, y al final se tomó un frasco de virtud. Pero lo mismo sigue viviendo solo y triste. Cuando se cruza en la calle con su suegra o su mujer, ambos se saludan respetuosamente y desde lejos. No se atreven ni siquiera a hablarse, tanta es su respectiva perfección y el miedo que tienen de contaminarse.[7]

¿Será, simplemente, que son dos autores que me gustan, por lo que los relaciono en sus palabras o que en realidad tienen, en el fondo, las mismas ideas?









[1] Sabina J, Varona F, García de Diego A, Pastillas para no soñar, en Física y Química, BMG/Ariola, Madrid, 1992, track 11
[2] Cortázar J, Comercio, en Minicuentos de cronopios, en www./eMule/Incoming/Ciencia%20Ficción/cronopios.htm
[3] Cortázar J, Historia verídica, Op. Cit.
[4] Cortázar J, La conservación de los recuerdos, Íbid.
[5] Cortázar J, Rayuela, Sudamericana S.A. editorial, 1963
[6] Cortázar J, El canto de los cronopios, Op. it.
[7] Cortázar J, La cucharada estrecha, Íbid.


foto:http://librosdementira.com/wp-content/uploads/2008/04/cortazar-portada.jpg

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