Harvey Essex, dirigida por Jack Arnold, 1954, Universal Studios.
Ya sé que a muy poca gente le gusta el cine de monstruos de los años 50.
Esto no se trata de asustar a nuestros recuerdos ni de pretender que los niños de hoy en día vayan a la cama con el hilo de frío en la espalda después de haber visto la película. (Los niños de hoy en día, por lo demás, no se asustan ni viendo muertos en el pe eme, pues menos en las películas en blanco y negro), sino de pensar un poco en la película.
Para los que no la han visto, es un technotriller de los años 50, época de oro de la ciencia ficción (jovencitos: si creen que Terminator 4 es el non plus ultra de la Sci-Fi, y que Final Fantasy es la neta de los efectos especiales, piénselo dos veces), cuya trama es bastante sencilla: El profesor Carl Maia encuentra una mano fosilizada de una criatura increíblemente extraña, una mezcla de mano humana y pata de pato, es decir, con cinco dedos y palmeada. Raudo, el profe Maia corre al Instituto (sería imperdonable la falta de un Instituto científico Americano en las riberas del Amazonas, tanto como en una película del Santo no puede dejar de haber vampiresas piernudas). Ahí averigua que el fósil es del periodo devónico y decide, con ayuda de Mark Williams y David Reed, ictiólogo uno y quién-sabe-qué el otro, buscar el resto del fósil. Los acompañan la bella Kay Lawrence (mamacita absoluta) y el Dr. Thompson (¿Se acuerdan de ese show de TV llamado “Viaje al fondo del mar”, donde un submarino cachetón, el Sea-View, se metía en las más absurdas aventuras? ¿se acuerdan del navegante, un jovenzuelo de overall rojo, Kowalsky? Ya ven chamacos, el pingüino no es el primer Kowalsky de la pantalla. Pues el Dr. Thompson es el mismo médico de a bordo, es decir, también el general que siempre enviaba a quién sabe dónde a los buenos muchachos del Túnel del Tiempo). Pues después de contratar un barquillo que los lleve Amazonas arriba, llegan al depósito de piedra donde Maia encontró primero la mano del muerto. Después de excavar y de, por otro lado, dejar en evidencia los queveres entre Kay y David que despiertan los celos de Mark, el grupo decide internarse en la Laguna Negra (a Paradise… only that, nobody has ever come back to prove it, hahaha!, se ríe el lanchero Lucas). Cuando ya están en la laguna y los doctores han colectado piedras que investigar, sigue lo emocionante. Julia Adams, quien representa a Kay, en ajustado traje de baño blanco, nos regala una secuencia de unos 3 minutos de belleza absoluta. Pero la criatura la ve y, claro, se enamora de ella. La rapta y luego la criatura es capturada. Escapa y cobra venganza de los intrusos que, mientras tanto, han estado alimentando su lucha intestina con los celos.
Pues claro, al final, la criatura muere en manos de la tecnología (unos científicos pudieron haber diseñado un método mejor para acabar con la bestia que las carabinas 30-30 que usaron, pero qué se le va a hacer).
Yo no sé si en esta historia haya una moralina y, la verdad, no me importa. Es una aventura que vale la pena disfrutar sin interpretaciones de esas que hacen los sociólogos que dirían que la criatura es un resentido social por su condición de aislamiento, que la celotipia de Mark es consecuencia de un problema de desarrollo relacionado a la lactancia, que la pobre criatura es resultado de la sociedad industrializada que deja de lado a sus miembros menos agraciados y pendejadas por el estilo. Vean la película, diviértanse y recuerden cuando eran niños y jugaban a ser el Dr. Spock. Salud.
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