sábado, 9 de mayo de 2009

La Guerra del fin del mundo, Mario Vargas Llosa


Bello Monte, estado de Bahía, Brasil, circa 1880.
Entre los pueblos del sertón anda una figura escuálida que inspira temor y recelo en los hombres y piedad en las mujeres. Llega a los caseríos directamente a las ruinas de los templos, ora de bruces, repara piedra por piedra los cementerios. A veces acepta un plato de farinha que la gente le ofrece, a veces nada. A cambio, los sertaneros escuchan predicar al hombre de la túnica rota la Palabra y sus vidas recuperan un poco de esperanza. Algunos pobladores, cambiando su propia miseria por la nada del santo, le siguen por el sertón, con los pies llagados y el corazón alegre. Se les oye cantar. Y cada vez son más.
Un pelirrojo anarquista aparece en las oficinas del periódico oficial de Bahía y pide que le publiquen un desplegado. Sus palabras son ardientes y calan hondo en la herida de la autocracia, de facto amenazada por la democracia. El papelillo pide que la gente apoye a los yagunzos, los alzados de Canudos. Su petición no encuentra respuesta y decide entregar su vida al encuentro con quien, para él, representa todos los ideales del hombre libre: Antônio Vicente Mendes Maciel, conocido por sus seguidores como O Conselheiro.
María Quadrado, el León de Natuba, Joao Satán, Antonio Fogueteiro y otro tanto de desarrapados han encontrado en el Consejero la respuesta a sus plegarias. Le han seguido, le han elevado a mesías, le han canonizado en vida y a él han consagrado sus miserables existencias en una alegre observancia de ninguna ley más que la de dios, negándose a usar el dinero de la república, negándose al matrimonio civil, tachando al Censo de anticristo. Se apropiaron de los territorios de Bello Monte, rebautizado por el Consejero como Canudos, propiedad de dios antes que del Barón de Cañabrava, para vivir en paz con el creador y fortificados en un santuario para recibir el muy cercano fin del mundo, profetizado para el año 1900.
Epaminondas Gonçalves y su rival político, el Barón de Cañabrava, se reúnen para afrontar la crisis.
Rufino busca venganza por la afrenta que su mujer ha sufrido.
Canudos se cierra para que los infieles no penetren sus murallas.
El ejército se prepara.
La muerte sonríe, afilando la faca.
La guerra del fin del mundo, la primera novela de Vargas Llosa que leí, es un monumento que representa, y señala, sin censurarla, la intolerancia, la ignorancia, el fanatismo, los enjuagues políticos, las pasiones, el honor, la estupidez intrínseca del humano. Terrible, más que la novela, es el hecho de que sea real. Tuve en la universidad una maestra brasileña (a la que, claro, le decíamos maestrinha, qué originales) que me vio leyendo el libro (habrá sido la sexta o sétima relectura en 15 años) y me confirmó que el hecho está en los libros de Historia de su país. La foto al principio de esta nota tiene un pie que dice: The only known photograph of Antônio Conselheiro, taken after his death in September 1897 (crédito de la foto a http://en.wikipedia.org/wiki/Antonio_Conselheiro). Esto confirma dos cosas: una, que no sé ni madre de historia de Brasil y, dos, que no hay nada más abstracto que la realidad, la cual, dice Taibo II, siempre es más cabrona.
Disfrútenlo ahora que lo reeditó Punto de Lectura y cuesta cerca de 150 pesos.

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