jueves, 30 de julio de 2009

Los relámpagos de agosto


Jorge Ibargüengoitia

Recién terminada la Revolución, la nación en poder de la cúpula militar que dirigió la revuelta, los generales se reparten el país a priori, escogiendo qué Secretaría de Estado, qué Ministerio le ha de tocar a cada uno cuando el saliente presidente haya repartido entre ellos su herencia política.
Pero nadie contaba con que el Presidente muera súbitamente sin haber dejado el país repartido entre sus fieles Generales.
El General de División José Guadalupe Arroyo acude a las exequias del Máximo Mexicano y durante ese viaje desde la provincia hacia la capital para acompañar a la viuda y, de paso, ver que se le entregue la Secretaría de Guerra y Marina, es víctima de un atraco por parte de otro General, antagónico este al grupo de Arroyo, políticamente incorrecto, como se estila decir ahora, quien le roba dos pistolas con cachas de plata. Arroyo, atravesado como todo norteño, jura que, eventualmente, dará su merecido al ladronzuelo.
Sin embargo, la vida y los enjuagues políticos, ponen al otrora poderoso grupo del General Arroyo, el mismo al que pertenecía el recién muerto Presidente, en la posición opuesta, dejándolos como elementos incómodos al gobierno, poniéndolos en la mira de las pistolas de los asesinos del poder, inventándoles conspiraciones y alzamientos que justifiquen el que se les de muerte al estilo porfiriano, en caliente.
Mordaz como nadie, Ibargüengoitia narra la tragedia política mexicana post-revolucionaria de un modo ameno, preciso y atemporal, dejando al descubierto los recursos que usaron, las pasiones que defendieron y los fines que persiguieron los llamados Generales Presidentes y sus cortesanos, dueños del país que dejó la Revolución, convulso, ávido de poder, incapaz de encauzar sus recursos en el bien común, manejado por unos pocos que concentraban todo el poder y unos muchos sin poder alguno pero, todo esto, al estilo mexicano: corrupto, por debajo de la mesa, intrigante, vedado a la vista pública, atrabancado, priísta. Pero la narración, más que el contenido y las alusiones diáfanas de Ibargüengoitia, son lo rescatable de esta obra.
Los relámpagos de agosto fue publicado originalmente por Joaquín Mortiz en 1965 y desde entonces sus escasas páginas han ganado el peso que el tiempo da a las obras de excelencia.
Si es que queda alguien en México que no lo haya leído, vale la pena que lo busque. Para los extranjeros, una revisión de esta obra daría un panorama diferente de la política mexicana.
Disfrútenlo.

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