sábado, 27 de agosto de 2011

Sobre el primer párrafo de una novela


Yo tenía la sensación de que querer explicarle a la gente cómo se escribe era una impertinencia demasiado grande.

Stephen King

Existe un solo modo de atrapar a un lector: iniciar con un párrafo contundente. Cuando menos, es lo que creo.

The terror, which would not end for another twenty-eight years –if it ever did end– began, so far as I know or can tell, with a boat made from a sheet of newspaper floating down a gutter swollen with rain. (1)
Otro ejemplo.

Como el fugaz destello condenado de explosiones solares que sólo impresionan borrosamente los ojos de los ciegos, el comienzo del horror pasó casi inadvertido: en la locura de lo que vino después, de hecho fue quedando olvidado y tal vez no se le relacionó de ningún modo con el horror mismo. Era difícil juzgar. (2)

¿Qué es lo que nos incita a leer un libro determinado?
Para muchos, seguramente es el hecho de que previamente han leído a un autor y su estilo les gusta. Para otros, debe ser la recomendación de un amigo, o el interés que entrevieron en los ojos de alguien que leía el mismo libro, o la portada (arte que ha ido desapareciendo: la portada de un libro suele estar hecha en la actualidad con un fotograma de una escena de la película que ese libro inspiró o de la imagen de bellos seres humanos que en nada se relacionan a los personajes de la trama y que, por lo demás, ya nos hacen formarnos una idea de cómo serán los personajes antes de leer la descripción que el autor hace de ellos), o con la presencia o ausencia de ilustraciones en dicho libro (desgraciadamente esto sigue siendo una realidad. Cuando yo era niño y me veían leyendo un libro –y me refiero a mis familiares adultos– me preguntaban, invariablemente: y… ¿no tiene monitos? ¡¿Puras letras?!). Incluso habrá quien compre y lea un libro simplemente basándose en la reseña que suele estar impresa en la contraportada (tarea ingrata esa de reseñar libros, dicho sin sarcasmo).
Por mi parte puedo decir que la gran mayoría de las ocasiones que me hago de un libro (cuento o novela, hay que aclarar, porque libros técnicos no caen dentro de este sistema de selección) ya sea bajo préstamo, compra o decomiso, será sólo después de haber leído el primer párrafo, el cual debe incitarme a leer el resto de los caracteres impresos. Pero este método es perfectamente falible, porque me he encontrado con muchos chascos y muchas agradables sorpresas.
Sin embargo, la mitad de las veces, funciona.
Una vez que el primer párrafo ha atrapado la mirada, uno puede seguir leyendo sólo hasta que la voz del dependiente pregunta ¿Se lo lleva?, o hasta que el libro está tan manoseado que da pena dejarlo de nuevo en el estante.
Aunque, dicho sea ya con seriedad, sólo los autores geniales pueden atraparnos con el párrafo primero.

«Si en esta ciudad no lloviera, hacía mucho que la habría abandonado», pensaba José Daniel Fierro pensando en que pensaba; porque había ideas que eran trabajo, reutilizables pensamientos que formaban frases y luego se iban por el camino de las teclas. La sensación era suya, pero podría ser del viejo villista que trabajaba en una tlapalería hacia la mitad del capítulo tres de la novela que estaba escribiendo. «Si no lloviera» . . . escribía en la cabeza mirando las gotas de agua estrellándose en el doble vidrio ante su mesa blanca e imaginando sin oír el splash, los pequeños plop. Había que ponerle a la frase un poco del sonido del viento que empujaba la lluvia contra la ventana y que se hacía imagen literaria sacudiendo el laurel solitario del camellón, haciéndolo bailar. «Si no hubiera laurel», también se habría ido, él, no el viejo del capítulo tres. Cada vez escribía más de irse y, sin embargo, se quedaba. Encendió un Mapleton con la colilla del otro. Ana, sentada a sus espaldas en un sillón blanco, levantó la vista del libro que estaba leyendo y estiró la mano para robarle un cigarrillo. (3)

Es el caso de Cortázar en aquella obra (no recuerdo cuál es el título, desgraciadamente; es vergonzoso esto de tratar de hacer un buen ensayo y no contar siquiera con las referencias en la mano) en el que comenzó el primer párrafo con un Si condicional seguido inmediatamente de una nota al pie que llevaba a otra nota al pie que llevaba a otra. Nadie de este planeta pone notas al pie después de la primera palabra de un libro a menos que sea Cortázar.
Pero el hecho es que de esa primera impresión que dejan las palabras iniciales de un libro deriva la capacidad de atrapar o no al lector, de que lo sumerja en la incertidumbre, de que le abra la posibilidad de interesarse en un texto determinado. Dicen y dicen bien que un libro es una nueva vida detrás de la portada, pero hay vidas que son de lo más aburridas y otras que despiertan sueños de pasión y de aventura y de deseo de compartirlas.
Estos dos libros que cité al principio son de ese tipo.
Primero, Stephen King y su majestuoso It, traducido fielmente como Eso (sería el colmo que los traductores le hubieran puesto Eso-o-el-payaso-asesino-de-los-colmillos-de-bestia-del-infierno o peor aún Eso-que-viene-del-espacio-para-alimentarse-de tus-peores-pesadillas) del cual mi hermano se expresa diciendo: ese wey escribe puras pendejadas (es su opinión, por eso la reproduzco aunque no la comparta). Para quien haya visto la película que se hizo en los años 90 (un suspiro por Anette O´Tull) y haya leído el libro seguramente habrá una desagradable mezcolanza de personajes y situaciones que, indicutiblemente, son consecuencia de que el libro es muy extenso y que debieron ajustar al presupuesto del filme. Dejando de lado la película, la novela es muy interesante en dos aspectos fundamentales. Uno es el reflejo de la amistad entre niños (la presencia del ente, un bogart, es meramente incidental, sirve de vehículo para reforzar la amistad de estos muchachitos) que nos hace recordar nuestras propias infancias, libres de prejuicios, donde existían sólo dos clases de personas, los adultos, los grandes y nosotros, los niños, todos iguales aún con nuestras diferencias. Los juegos de los personajes en los Yermos son iguales a los que hacíamos en la casa familiar, en la huerta de los abuelos, en los ríos y los patios frondosos de las casas de los parientes en las vacaciones. Es como leerse a sí mismo como personaje.
El otro es la maldad colectiva; la ciudad es un lugar extremadamente violento per se, Derry está viva en más de un sentido, es el reflejo de la calidad humana: increíblemente hábiles para crear, habilidad sólo superada por nuestra propia crueldad. Y nuestra indiferencia. ¿Existen lugares embrujados, malditos? Seguramente sí, si el lector cree en esas cosas. Como Juárez. Un lugar violento en extremo, inexplicablemente cercano a una de las ciudades más tranquilas de los Estados Unidos. ¿Es el agua? ¿El aire? ¿O, simplemente, la gente que los habita? Derry nació maldita, y cobra su cuota de sangre en ciclos de ocho o nueve meses que se repiten cada veintisiete a treinta años. Y, aunque todo el mundo lo sabe, nadie parece estar interesado en buscarle una explicación. Es como el caso de la gente que vive en el valle de Chalco: sabe que cada año el canal de La Compañía se va a desbordar en la temporada de lluvias y ni el gobierno del Estado de México ni la población de la zona son capaces de prevenirse. El delicioso recuerdo de las gomitas de dulce que comíamos de niños, la sensación de sentirse acompañado, los amores callados y la amistad gritada a los cuatro vientos le van a traer al lector más de una sonrisa nostálgica a los labios.

These were his friends and his mother was wrong: they weren´t bad friends. Maybe, he thought, there aren´t such things as good friends or bad friends –maybe there are just friends, people that stand by you when you´re hurt and who help you feel not so lonely. Maybe they´re always worth being scared for, and hoping for, and living for. Maybe worth dying for, too, if that´s what has to be. No good friends. No bad friends. Only people you want, need to be with; people who build their houses in or heart. (4)
Por otro lado, quien fuera director del programa de armas psicológicas de la CIA, William Peter Blatty, criado por jesuitas, interesado en el tema de la posesión diabólica desde el punto de vista psiquiátrico, escribió The exorcist, creo yo, una de las novelas más aterradoras de todos los tiempos. No es simplemente la idea de una niña a la que posee un espíritu que puede o no ser el diablo mismo.
 
-¿Dices que no eres el diablo?
-Soy sólo un pobre demonio que lucha. Un diablo. Una diferencia sutil, pero no he perdido enteramente mi influencia sobre Nuestro Padre que está en el Infierno. A propósito, cuando lo veas, no le mencionarás a él que solté la lengua, Karras, ¿no es cierto? (5)
 
La posesión de la niña resulta, también, meramente incidental. Es sobre la frágil naturaleza humana sobre lo que Blatty quiere escribir y lo consigue. Finalmente, dice el padre Merrin, el objetivo de la posesión no es el poseso, sino los que están alrededor de él. El mal mismo, representado por el diablo, no es más que un vehículo para alejarnos de nuestra condición humana. Para demostrarnos cuán animales podemos ser a pesar de nuestros avances científicos.
Ambos libros tienen inicios maravillosos y contundentes, tramas complejas que van más allá de escenas como representadas en cine o teatro, finales insospechados que invitan a una segunda o tercera lectura.
Emecé era una excelente editorial argentina que, creo, ha desaparecido. Ellos tradujeron El exorcista. Las traducciones de Emecé eran, en mi peculiar opinión, mejores que las que hace actualmente Alfaguara y estaba llenas de modismos que son más afines a los latinoamericanos de las que hacen los ibéricos (no offense: ellos habrán inventado este hermoso lenguaje, pero los modismos americanos son lo que le da sabor). Muchos libros de Stephen King también fueron traducidos por Emecé. Actualmente, El exorcista está publicado por Booket y Eso por Alfaguara. O consígalos en inglés, que son mucho mejores. Esos dos deberían ser leídos desde la adolescencia.

(1) King S, It, Viking Penguin Inc. New York, 1986, page 3
(2) Blatty WP, El exorcista, Emecé editores, Buenos Aires, 1971, traducción de Raquel Albornoz, página 23
(3) Taibo II PI, La vida misma, Júcar Editores, colección Etiqueta Negra, México, 1987, página 4
(4) King S, Op. cit. page 769
(5) Blatty WP, Op. cit. página 236