Cuando esto escribo, es 1 de mayo de 2016. Hace dos días fue
presentada (al menos, en Ciudad Juárez) una serie de novela negra titulada En la mira, por la editorial Artificios,
de Mexicali, BC; libros estos impresos hace menos de 30 días en aquellas
latitudes.
Yo no pude estar presente en la
librería-café donde se realizó el evento, pero alguien muy cercano a mí sí que
lo estuvo, y tanto que algunos autores son sus conocidos y alguno incluso fue su
maestro en la carrera de Letras.
Con recelo, debo decir, porque ya
había leído algunos de sus cuentos sin que llegaran a gustarme, y porque la
producción local de novela negra (tanto de historias como de su análisis) me
ha parecido más bien escasa e insípida, cuando no francamente demasiado académica
y con tendencia a establecer asociaciones inexistentes entre los autores del
género en el país, como Ibargüengoitia-Leñero-Bernal.
(Recuérdese por quienes ya hayan
leído este blog y sépase por los que llegan a él por vez primera, que yo sólo
soy un lector de esos que los académicos llaman “ingenuos”, que no sabe –en
teoría, nada de teoría literaria y que mi única experiencia son años leyendo
novela negra clásica y contemporánea, es decir, de Dashiel Hammett a Élmer
Mendoza, de Raymond Chandler a Qiu Xiaolong, de Joseph Conrad a Petros Markaris
y haciendo paradas en Nesbø, Connolly, Taibo II, Highsmith, Black… con ciertos
guiños, cuando ya me he puesto yo mismo demasiado lacónico, hacia Christie,
Clancy, LeCarré, Forsyth, Windsord… Si esto le parece al lector una presunción,
seguramente sea porque lo es; pero también es un disclaimer de que, como público, tengo tanto derecho a expresar mi
opinión sobre una obra como el autor de la misma de decir lo que le venga en
gana con las palabras que más le acomoden).
Sin reservas, entonces, he de decir que el
primer libro que leí, el llamado De la
vieja escuela y escrito por José Juan Aboitia, me pareció torpe en un
principio: Joaquín S. Ceniceros parece recibir su pago por hacer nada, ya que
sus primeros dos casos se resuelven por sí mismos; mientras él evidencia su
descarado alcoholismo y se queja de la falta de pornografía de calidad, trata
de reafirmarse como un tipo duro a base de repetición de la frase, como si
fuese un mantra. Uno de sus acoples, el Bronco, me recuerda sin remilgos al “Gori”
Ortigoza de Élmer Mendoza, aunque su segundo acople, Lomelí, me parece un
segundón más rescatable que el anterior. Vagamente, pero en definitiva, Ceniceros es, para mí,
una mezcla de Belascoarán Shayne y Mario Conde, los detectives principales de Taibo
II y Leonardo Padura; la comparación se basa en la gabardina arquetípica, el divorcio, el
retiro de la policía, al soledad de la vivienda. Hay un solo diálogo lacónico al estilo de la vieja escuela en la obra que me
parece rescatable. Sin embargo, fuera de los lugares comunes a los que
recurrimos todos los que hemos escrito un cuento o novela negra (claro, me
incluyo porque yo también lo he hecho aunque no he publicado) como el hijo del
influyente que entra a los negocios sucios de la familia (Balas de Plata), las
mafias chinas (El complot Mongol y Sombra de la sombra), la bella mujer que
entra al despacho del detective (aquí van todas las novelas negras que he
leído, o casi todas…), la historia mejora hacia el final. Y mejora tanto que
espero que el final de este libro sea el inicio del siguiente. A los lectores
nos gustan los personajes que se repiten a sí mismos, que son fieles a sus
costumbres tanto como a su público.
El segundo libro es Afecciones desordenadas, de Nylsa
Martínez, escritora mexicalense. Cuatro cuentos forman el cuerpo de la obra: Y todo por la Zuly, Mariana Wong y Marco
Aurelio Beltrán, Hojas de taquigrafía verdes y Los afectos desordenados. El primero me parece muy cargado de
locuciones en cursivas (bato, morra, chacalear, carrilla, cura, pistear, neta…)
que, si bien es cierto que son muy acá, del norte, no hay que andarlas
justificando en itálicas a cada momento que, total, nadie le va a dar carrilla
a una norteña por que las use, ¿si sabe cómo?, acá, cada que las wache un bato
de otro laredo; ya quien las lea sabrá si las busca en el diccionario de
mexicanismos o no (¿Ha usted leído a Mendoza?), pero mientras, dan pereza en
letra inclinada. Me parece muy en el estilo del autor de la serie del Zurdo
Mendieta, cuando menos en apariencia, pero es una historia mucho más corta que
las de él. El segundo cuento es una historia del encuentro entre la raza normal
y la raza del narco, una zona gris en la que todo se mezcla y nada se escapa,
con la prepotencia evidente del pudiente y la violencia del que las puede. La tercera
historia es una cosa rara: un personaje inteligente, una mujer (siempre los
son, aunque hay excepciones igual que en cualquier otro aspecto y género de la
vida humana) anda por la vida oyendo, en sus palabras, canciones un poco cursis
(Manuel Mijares no es un poco cursi, es, simplemente, malo) y tratando de
averiguar sobre unos esqueletos para hacer un doctorado (no puedo evitar
recordar a otra , la Elena Jordán exesposa de Julio Ramírez, uno de los
principales de Cuatro Manos, de Taibo II, una antropóloga que también pasa la
novela haciendo un trabajo de investigación para una tesis de posgrado que le
rechazan a cada paso). El cuarto cuento me hizo recordar algunos de los cuentos
de Cortázar, en los que el final es apenas entrevisto entre las brumas de
palabras y situaciones misteriosas, tras las que parecen ocultarse fantasmas de
seres-dioses-demonios prehispánicos. En mi humilde opinión, descartando el
segundo cuento, es un buen libro pero no me parece novela negra en absoluto
(¿será, acaso, que por el título de la serie yo esperaba novela negra pura?).
Lucky Strike, del, también, mexicalense
Gabriel Trujillo Muñoz, es el tercer libro de esta serie que está en mi poder.
Trece cuentos, trece historias. Algunos son cuentos en el estilo de la novela
negra, otRO es de terror, otros son, a mi parecer, del género narco, uno es
casi un evangelio de lo corta que es la vida de un alborotador, uno es una
descripción de una travesura y el último es una venganza muy al estilo de El
Padrino de Mario Puzzo. La verdad sea dicha, de los tres libros de la serie que
llevo leídos al momento (leo uno y escribo su crónica, luego tomo el siguiente
y lo mismo, que todos rondan las cien páginas), éste me gustó más. No por nada
el autor ha incursionado en la novela policiaca, la novela fantástica y otros
géneros, según describe la contraportada del libro. Especialmente me ha gustado
La mujer fatal y su juego con los
nombres de los detectives: una joya de dos páginas. Sólo creo que, Sam Chandler
y Phillip Spade no cuadra bien; tal vez debería ser Sam Marlow y Phillip Spade
o, para hacer el juego de palabras más interesante, Sam Marlow y Phillip
Hammet. Es sólo una idea.
Por el
momento, de los 5 libros de la serie En la mira que han llegado a mis manos,
sólo comentaré estos tres. Tengo un proyecto con la serie Charlie Parker de
Connolly y mucho trabajo en la maestría, por eso publiqué esta crónica
dieciséis días después de haberla escrito.
Pronto las
dos que me falta de la serie: Hotel Kennedy y El tiempo corre lento para la
muerte; ambos títulos prometen.
¡Bis bald!