domingo, 2 de agosto de 2020

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La Silla


He visto en YouTube un curso de Periodismo Narrativo dictado por @PacoTaibo2 (TAIBO II "Periodismo Narrativo, https://www.youtube.com/watch?v=2SGQGbY4HMk&t=3617s) que me dio claves para hacer una crónica sin ser periodista y sin ser escritor. En el curso Taibo responde a una pregunta (minuto 35:22) con un rotundo "(...) ponte frente a una silla, cuéntala (...)". Aquí está mi respuesta a ese reto.

Existen varios tipos de ellas, pero no tema: no los abordaremos a profundidad.

Desconozco mi primer contacto con el objeto pero sé, porque me lo contó el implicado en ello que, hace 45 años, yo arrastraba dos de esos armatostes al patio esperando que él llegara del trabajo para platicar bajo la sombra. También me contó que era bueno verme arrastrando los objetos, mucho más grandes y pesados que yo en ese momento, hasta el lugar destinado a la reunión.

Su forma puede variar y ya no hay un molde como el que, seguramente, siguieron los que copiaron el modelo original. Sin embargo, la función sigue siendo la misma.

En este momento estoy en una de ellas y, siendo ésta la que tengo a mano, la usaré en su idea primaria de objeto utilitario y le añadiré un poco de vida tomándola como punto de comparación para todas las demás, como si fuera la silla primigenia, la inaugural y, por tanto, la que sirviera de patrón para que otros hicieran copias y llevaran su mensaje a otras partes, a otras personas, a difundir la experiencia de ésta, la inicial silla que asentara sus patas sobre la Tierra.

Y habrá que describirla como a un árbol que se afirma en el suelo desde la raíz. Pero La Silla no tiene raíces a pesar de estar compuesta del mismo material que los árboles. No. Ella comienza en donde nosotros asentamos la planta. Así pues, hablemos de las patas.

En un principio tenía cuatro patas, equidistantes entre sí para evitar bamboleos incómodos y peligrosos. La distancia entre ellas varía según la forma que los caprichos del artesano le impriman. La mía tiene patas robustas y sólidas, unidas por travesaños que se atan a ellas con mimbre, su forma es cilíndrica y curvada por delante y cilíndrica pero extendida hacia arriba por detrás, permitiendo con ello que su función de pata se trastoque en otra cosa, en otro objeto con nombre propio y que debiera recibir la cortesía de ser descrito aparte; pero estamos con las patas, no nos desviemos. No todas las sillas que siguieron a La Silla tuvieron cuatro patas: las hubo de tres, las hubo de dos que se curvaban sobre sí y haciendo contorsiones y arabescos en el aire entre el suelo y el asiento, daban la impresión de ser más de dos; también llegó el momento en que la herejía artesanal hizo que sólo hubiera una pata que, a veces, era continuación del asiento, a veces otra cosa (un cajón, un resorte, una ausencia que hacía que la silla se asentara directamente en el suelo). La Silla que ocupo no carece de belleza en sus patas: ya señalé su solidez, su forma y sus uniones, pero su belleza no acaba allí; uno no describe las agraciadas piernas de una mujer sólo por su longitud o diámetro, sino por cómo se dejan ver bajo las medias, sobre tacones altos; hay que hablar de la suavidad de su contacto y, así, el tacto de las patas de mi Silla es suave. Los dedos se deslizan sobre su superficie color maple sin resistencia, desde abajo hasta la unión del travesaño, y siguen subiendo hasta el sitio íntimo de La Silla, donde se aleja del mundo terrenal y da lugar al sublime espacio donde uno se sentará.

De este modo, mi Silla tiene el asiento ancho, capaz de recibir el mediano peso que yo le imprimo o el de una mole humana (o de libros, como le sucede a una de sus hermanas, aquí, cerca de nosotros, a escasos dos metros) que lo ocupará en su totalidad. Algunos asientos tienen forma de cuchara, otros forman ángulos imposibles con el respaldo, otros más se extienden y comprimen según tengan peso encima o no. El asiento de mi Silla (recuerde usted que es La Silla Primigenia) es acolchado, cubierto por una piel suave al tacto (no importa si hace frío o calor: mi Silla siempre está a temperatura adecuada para recibirme, como una amorosa muchacha que conocí hace años y de la que sólo tengo el recuerdo de su tacto), y su armazón es de una cintilla de piel de dos pulgadas que lo circunda y que se une al asiento a través de costuras que un hábil tapicero ocultó bajo una tira de piel azul que contrasta con la piel del asiento como ojos azules en un rostro tostado por el sol.

Su respaldo es continuación de las patas traseras, como ya he dicho, pero no se limita a ser madera moldeada. Es ancho y su inclinación es la misma que haría una zarina ante su zar (una leve inclinación, apenas una insinuación), además de estar cubierto por tela suave, con estampados discretos de color paja, y ocultar un acolchado que resulta un alivio después de un día de agitada labor. No todos los respaldos son así, usted sabe: los hay rectos, altos, grabados en madera con escudos de armas o flores del campo, delgados o extremadamente anchos y (recuerdo que tuve una así) a algunos se les ocurrió la bendita irreverencia de dejarse crecer las orejas para dar más intimidad al ocupante.

Mi Silla es, como usted puede deducir a estas alturas, la envidia de todos y el paradigma de las demás sillas.

Me compadezco de los que no tienen una silla como la mía pero les deseo que cada uno encuentre su Silla en algún momento de la vida.


Ricardo Marcos-Serna

CJZ, Chih. 02 agosto 20, 18:18 horas



1 comentario:

  1. #Brigadacultural #AlamedaLeeEnLibertad @PacoTaibo2 #@PacoTaibo2 #PeriodismoNarrativo

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