sábado, 17 de octubre de 2020

 

Valente Quintana no es un cantante de banda

 

Fotografía: Mediateca INAH


Nació en Matamoros, Tamaulipas, en 1889.

Por lo que he podido leer, cruzó hacia Brownsville cuando contaba aproximadamente once años. Los datos disponibles en internet no son muy fiables en esto de las fechas, pero aseguran que trabajó como dependiente de una abarrotera donde se le acusó de robo (no se dice qué edad tenía entonces, tal vez catorce o quince), pero él demostró su inocencia y señaló a uno de sus compañeros como el culpable del robo.

Se cuenta que entró a estudiar a la Detective School of America y que destacó por sus habilidades y calificaciones. De ahí pasó a formar parte de la American Investigations Agency (que se convertiría en el FBI) en la que se le llegó a ofrecer un puesto como jefe de operaciones, pero que lo declinó porque no quería renunciar a su nacionalidad mexicana. Regresó a México alrededor de 1917 y, en medio del relajo que eran las revoluciones en el país, se fue a vivir en la Ciudad de México, donde entró a trabajar en la Políca capitalina como agente de crucero. Al parecer, renunció a la policía poco después y fundó el llamado Bufet Nacional de Investigaciones, en 1926, una agencia privada de detectives que le dio fama y renombre.

Repito que las fechas que se ofrecen en la red no son precisas, pero se puede reconstruir que Quintana estuvo ejerciendo por la libre hasta la muerte del general Obregón, cuando el gobierno de Portes Gil lo saca de la vida privada para darle la Jefatura de Policía del Distrito Federal, donde forma el Escuadrón Selecto para Vigilancia del Primer Cuadro, la Policía Femenil (se dice que la primera del mundo) y el Casino de Policía.

Entre los casos más sonados que Quintana resolvió están el de Clara Phillips, la tigresa del martillo, el del robo al tren de Laredo y, por supuesto, el asesinato de Obregón, pero también investigó el asesinato de Juan Antonio Mella MacPartland, un revolucionario cubano exilado en México, miembro del Partido Comunista de Cuba, a la sazón novio de la fotógrafa Tina Modotti, muerto en la esquina de Abraham González y Morelos, cerca del Frontón México; ese asesinato fue “resuelto” por Quintana, pero la realidad es que sólo hasta mediada la primer década del siglo XXI los archivos del asesinato fueron liberados por el gobierno, ya que había estado ocultos por orden de la Dirección Federal de Seguridad. Seguramente implicaban a figuras políticas de México de esos años…

Parece ser que las técnicas de investigación de Quintana iban más allá de las corrientes en la época, porque solía, según su leyenda, vestirse de zarrapastroso y entrar en las cantinas de mala muerte a escuchar a los bandidos que confesaban o planeaban crímenes, a dejarse ser encerrado en la celda de algún criminal inconfeso para tratar de sacarle la verdad, a concurrir a tertulias donde se comentaban crímenes de altos vuelos… Un lugar común en esta historia es que se le llame “Sherlock Holmes mexicano”; vaya estupidez. Ese afán de copiar modelos extranjeros para mexicanizarlos, como también se hizo con Villa al llamarlo “Robin Hood mexicano”; ¿qué necesidad tenemos de comparar a las figuras nacionales con personajes reales o ficticios de otros países?

Bien, pues la investigación del asesinato de Mella me hace dudar de toda la leyenda que se ha hecho alrededor de Quintana. Si era un policía excepcional, un investigador agudísimo, un superdotado, también es cierto que debió verse supeditado al poder gubernamental, a una especie de “ley mordaza” que le impidió desenmascarar a los culpables sin crear un conflicto internacional.

Sin embargo y entendiendo que la historia de Mella merece una investigación aparte y a fondo, parece ser que Valente Quintana fue un personaje que bien puede protagonizar una novela histórica. Por cierto, que dos de sus investigaciones fueron llevadas al cine bajo los títulos Misterio del carro exprés y Mensaje de la muerte.

Vivió en Ciudad de México hasta su muerte en 1969, sin ejercer de policía más, sino dedicándose al comercio de bebidas carbonatadas (dicen que una soda de apio, vaya usted a saber si es cierto y a qué rayos sabría esa bebida).

Hay que investigar más sobre este personaje, pero consultando fuentes bibliográficas, cosa que no puedo hacer en este momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario