domingo, 9 de agosto de 2020

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La guerra apache en México

Filiberto Terrazas Sánchez

 

8ª edición, La Guerra apache en México/Filiberto Terrazas. Ciudad Juárez, Chih.  : Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2010, 151 págs, 21 cm.

 Esta es la historia de un hombre cuyas fotografías muestran una cara ovalada, de frente ancha, ojos melancólicos, nariz gruesa, bigote airoso de tono grisáceo y mandíbula puntiaguda. Pero también es la historia de otros hombres que se enfrentaron al descrito y de sus tribus, también como la historia de los hombres que combatieron junto a él.

La historia que se nos cuenta comienza buscando las raíces de los Terrazas de Chihuahua en un tal Francisco de Terrazas, originario de Italia (con apellido Terraza [sic]) que llegó junto a Cortés a la Nueva España y que, según el autor, intercedió ante el conquistador para que cesara el tormento a Cuauhtémoc. El autor busca, en mi humilde opinión, justificar la realeza de su apellido que es el mismo que el de su biografiado (son parientes, a fin de cuentas) pero obvia que la gran mayoría de los que tienen un apellido español en este México somos, por ende, mestizos descendientes de españoles, así que no hay mérito en su justificación hecha, además en un lenguaje extremadamente poético que raya en la adulación descarada y abunda en lisonjas (aunque hay que entender que se publicó originalmente en 1972). El autor cae en el lugar común, durante su capítulo 1 (Linaje) en ensalzar al imperio azteca como el más grande de lo que sería América; lugar común, digo, que adula a una tribu beligerante que sometió por la fuerza a las tribus cercanas, conquistadores y asesinos insaciables a los que habría que poner en su justa dimensión y dejar de llamar a todo lo mexicano “azteca”.

Después de establecer la alcurnia del personaje, Terrazas nos cuenta la adolescencia de Joaquín, sus hábitos de mermador de la fauna por deporte, su relación estrecha con su abuelo paterno Roque Terrazas, sus andanzas por el territorio de Chihuahua y sus primeros contactos con la tradición oral sobre los apaches (término usado genéricamente para los nativos del norte del continente, desde Chihuahua hasta Canadá, que los gringos se apropiaron para su historia aun cuando muchas tribus eran nativas del territorio que hoy es México).

Se nos narra la romántica (en sentido literario) relación de Joaquín Terrazas y Rosalía Enríquez y se ensalza la figura del hombre que no fue partícipe de los excesos de su clan, como su primo Luis, sino que supo hacerse valer en el campo de batalla contra la intervención francesa y contra la apachería. Volveremos a esto pronto.

Los apaches, según el autor, a quien le encanta hablar de colores de piel, eran bárbaros, no una civilización nómada, fundada en criterios diferentes a los de los hispanos católicos y los ingleses protestantes, pero no por ello menos valiosos en su cultura. Sin embargo la diferencia cultural es lo que permitió su barbarización y promovió su exterminio a ambos lados de la frontera México-EEUU, describiéndolos en términos brutales: ferocísimos, sangrientos, bárbaros, chusma de ladrones, fieras, recios, indomables, montaraces, crueles, asesinos, un problema para la Colonia, sin decir que la Colonia era el problema para los nativos. Se fijó por parte del Estado el precio por la vida de los apaches: 200 pesos por cada guerrero muerto, 250 por guerrero prisionero, 150 pesos por india o menor de 14 años. Luego, los apaches son los bárbaros, ¿no? Además, el precio se pagaría por la cabellera de cada muerto. Esta campaña inició en 1855, en Chihuahua, cuando una partida de apaches llegó a orillas del Chuvíscar y asesinó a un pastor. Joaquín Terrazas, a petición del gobernador Luis Zuloaga, es encargado de seguir y batir a los indios, cosa que el señor Terrazas hizo durante varios años.

El Liberalismo había llegado a Chihuahua y José Eligio Muñoz y Pedro Ignacio Irigoyen fundaron el Instituto Científico y Literario, mientras el gobernador Antonio Ochoa expide la Constitución del Estado, acorde a la Federal.

Por ese momento, Joaquín Terrazas ha conseguido que los apaches entren en negociaciones de paz, pero al pasar por una hacienda, un ranchero hace al indio jefe Cojinillín la seña del degüello, con lo que los apaches escapan. Nuevas pláticas de paz en la hacienda de Estanislao Porras donde, por nerviosismo, los soldados disparan contra los apaches que se acercaban a la hacienda, matando a los jefes Venancio, José Nuevo y Agatón (nótense los nombres castellanos, no ingleses), con lo que la paz se ve rota de nuevo. Así, el recién estrenado teniente coronel Joaquín Terrazas se ve obligado a perseguir de nuevo a los indios.

El autor nos narra, en dos o tres capítulos, las peripecias de la República errante, durante la intervención francesa, pero comete, a mi juicio, el error de introducir el momento histórico con un párrafo que se centra en el color de la piel de Maximiliano y Juárez, uno rubio y aristocrático y el otro aborigen zapoteca. ¿Por qué esta necesidad de reducir todo a las diferencias fisionómicas?

Entra en escena Luis terrazas, primero un patriota, luego un codicioso oligarca, del que Juárez dudó, no así de Joaquín. Se nos cuenta, en estos capítulos, la esperanza que Chihuahua representó para el liberalismo, “Refugio de la libertad y custodia de la República” en palabras de Alberto Terrazas Valdés, en “feliz frase”, según el autor, quien nos narra los bailes y recepciones que se dieron a Juárez y su comitiva en Chihuahua, sede de los Supremos Poderes, donde Juárez escribe: los hombres somos nada, los principios lo son todo.

Bazaine manda a Brincourt a tomar Chihuahua y Juárez pide a Joaquín Terrazas ocultar en la sierra parque, municiones e imprenta. Los acompañantes de Terrazas lo abandonan y éste, herido (quién sabe por quién) es sanado por una pareja apache, Manto Negro y su esposa, llamada después Gertrudis. Terrazas explicó a Manto Negro la intervención Francesa y éste aceptó sumarse a la causa de la República, bajo el nombre de Manto Negro Jari o simplemente Jari, quien al poco conocerá personalmente a Juárez. Ahora es De Castagny quien ordena a Billot tomar Chihuahua pero los franceses fracasan y salen del estado dejando una guarnición de traidores imperialistas a cargo de “Juan Ramírez y un Carranco de Durango como jefe político”. Contra ellos se libraría la batalla por Chihuahua en la que, del lado republicano, pelearon Sóstenes Rocha, Félix Díaz, Luis Terrazas, Platón Sánchez y Joaquín Terrazas.

Una pequeña historia (de esas que, según Paco Taibo, dan color a las guerras): un tambor ciego se acercó a Joaquín en Chihuahua y le pidió que lo diera de alta como corneta de órdenes, argumentando que para hombres como él, “dar la vida por la Patria es el mayor bien”. Ese mismo corneta, Lucio Rosas, fue herido en la pierna el día 26 de marzo de 1866, por lo que debió ser amputado. Durante su convalecencia, Juárez mismo lo visitó en el Hospital y ordenó su ascenso a sargento de infantería. Luego, Lucio Rosas murió.

Ahora, recuperada la República de manos del Imperio, había que seguir luchando contra los apaches y Jari renunció a su filiación apache y guio a Joaquín en pos de sus hermanos de sangre. Joaquín alzó a la gente de San Andrés y El Carrizal con pocos recursos económicos, 60 000 pesos que le envió la presidencia (pero la República estaba en quiebra) y bajo las órdenes del gobernador Antonio Ochoa, Terrazas batió a los apaches durante la escisión de González Ortega, la asonada de Porfirio Díaz del Plan de la Noria, durante la cual Donato Guerra ataca la capital del estado mal defendida por Luis Terrazas. Sin embargo, Porfirio Díaz se rindió poco después a Terrazas en la Hacienda del Charco. Existen nuevas pláticas de paz con los apaches que, por diversas razones que el autor nos cuenta no tuvieron buen fin.

Se produjo entonces un nuevo levantamiento por Díaz, el Plan de Tuxtepec, que venció al gobierno de Lerdo de Tejada y llevó a Porfirio a la presidencia bajo la defensa de la bandera de la no reelección.

Durante este tiempo, en la hacienda de Encinillas, el niño Pedro Cedillo es raptado por los apaches y es criado como uno de ellos bajo el nombre Victorio. Aprendió la vida ardua del apache y descubrió los terrenos de ambos lados de la frontera. Aprendió cómo envenenar flechas y se hizo diestro en la doma y monta de caballos cerreros y de los que robaban en las haciendas. Victorio, bajo el mandato del jefe Nana, es correo entre chiricahuas y mezcaleros. Participó junto a Nana en el Gran Concejo de las Tribus donde conoció a Antonio el zurdo, José Nuevo, Cíbolo, Rojo, Mangas Coloradas, Taralchi, Carihua, Cochise, Taza, Gerónimo, Chato, Chihuahua, Ju, Coyote Gritón, Gordo y algunos otros jefes de la apachería. Este Concejo pretendía decidir si las tribus aceptaban las pláticas de paz o iban a la guerra total. Discutieron las vejaciones y barbarie de los cada vez más numerosos colonos ingleses y de los mexicanos. No hubo concenso pero se estableció un atregua de seis meses por la llegada del invierno. Mientras regresan a México, Nana, Victorio y Naiche, el caballo de Nana se ve inutilizado por lo que Victorio pretende robar un caballo en hacienda cercana. Es herido. La tribu de Naiche lo cura a través de la india Yakiri. El autor nos narra con tal precisión un sueño febril de Victorio que parece que él mismo lo hubiera soñado. Total: que Victorio se enamora de Yakiri y ella de él. Pero ella es muerta por una partida de James Cooney junto al resto de su tribu. Victorio jura venganza y lucha abierta contra colonos ingleses y mexicanos. Así, Victorio ataca varias poblaciones mexicanas y americanas, una de las cuales es la hacienda de Encinillas. Allí es reconocido por Dionisio Acosta quien lo llama por su nombre castellano, Pedro Cedillo, pero Victorio le dice que no, que él es Victorio y busca venganza. Dejan libre al mestizo Acosta para que lleve el mensaje de sangre de Victorio. Buscando a James Cooney, Victorio, acompañado de Talliné (hijo del indio Ju) y otros indios más, hace una incursión en Santa Fe, Nuevo México y, al no encontrarlo, secuestra al hermano de Cooney y lo mata en las goteras de la ciudad. Esto representa la primera invasión de territorio continental de EEUU, mucho tiempo antes de que Villa atacara Columbus, aun cuando el número de muertos sea menor. Y también fue realizada por un mexicano aunque criado como chiricahua (que, al fin de cuentas, también son mexicanos). Los ataques de Victorio en ambos territorios fueron muchos y muy crueles. Se enfrentó en la Tinaja de Victorio (topónimo a posteriori) a Justo de la Rosa, jefe político de El Carrizal y lo venció, por lo que el gobernador Gerónimo Treviño nombra a Ponciano Cisneros a nombre de una columna que ha de perseguir a los apaches. Su segundo es Joaquín Terrazas.

James Cooney era para esos días un tranquilo minero. El 29 de abril del 872 se dirige a una mina de oro y plata pero Victorio lo acecha, mata y escalpa. Su venganza debiera estar cumplimentada. Sin embargo ha seguido luchando contra gringos y mexicanos por lo que Luis Terrazas, Adolfo Valle y Joaquín Terrazas, al mando de 300 jinetes, le siguen la pista. Existe un nuevo precio por Victorio: 2000 pesos. Vivo o muerto. En la expedición van como pisteros Mauricio Corredor y su compadre Roque. Juan Mata Ortiz ya acompaña a la columna mexicana. El 14 de octubre de 1880 se enfrentarán en Tres Castillos, Chihuahua. Victorio es herido de muerte por una bala de Mauricio Corredor y, herido como dije, es llevado a su tribu donde muere el día 15.

El indio Ju y Gerónimo toman las riendas de la tribu y siguen una lucha que saben perdida. Gerónimo pide a Ju que entablen pláticas de paz, pero antes de que éstas se realicen Ju desaparece: ha ido al norte a buscar a su familia, amenazada por el general George Crook. Una vez que recupera a su tribu y la cruza al sur de la frontera, reaparece para las pláticas de paz. Pero Juan Mata Ortiz los ataca. Ju amenaza de muerte por fuego a Mata. El general Carlos Fuero envió a Bernardo Reyes a batir a Ju y Gerónimo al mando de 300 hombres de Casa Grandes. Ju ataca la hacienda de Juan Mata Ortiz, lo hace prisionero y lo ejecuta en una pira, cumpliendo con ello tanto su palabra como su venganza.

Consumado el hecho, Ju busca la paz en boca de Gerónimo, en agosto de 1883. Pero la paz no se alcanza. Ju muere al caer su caballo en las barrancas del Cobre. Gerónimo huye con su tribu al norte y se rinde al general George Crook. Pero escapa y sigue guerreando hasta que, finalmente, en marzo de 1886, se rinde definitivamente al General Miles en la Sierra Madre del lado americano y es llevado a Fort Sill, Oklahoma.

Allí termina la historia de la guerra apache. Y la historia de Joaquín Terrazas termina con él en la pobreza, a pesar de ser primo del mayor oligarca del país, el día 8 de octubre de 1901.

 

Si el lector es capaz de soportar los dos primeros capítulos que son una apología descarada a la familia terrazas, plagada de un lenguaje ampuloso y servil (bueno, no se puede esperar otra cosa sabiendo que lo escribe un Terrazas), el libro llega a disfrutarse plenamente. Aporta datos sobre el juarismo que no están en otros libros recientes sobre el tema, ofrece poemas de Guillermo Prieto, discursos de Lerdo de Tejada y Juárez hacia el pueblo chihuahuense y notas al vuelo que son interesantes para los estudioso o entusiastas de esta historia patria.

Vale la pena, pues, leerlo.

 

Ricardo Marcos-Serna

CJZ, Chih. 9 de agosto de 2020, 1430 h.

 

 

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