miércoles, 6 de enero de 2021

 Breve historia de las estaciones del Metro. Línea 1, estación Moctezuma.

 


La estación Moctezuma lleva ese nombre por estar ubicada sobre la Calzada General Ignacio Zaragoza, a espaldas de la colonia Moctezuma, Primera Sección. Su icono es una representación del Penacho de Moctezuma, actualmente en Austria.

Tanto el Penacho como el Chimali de Moctezuma (este último se puede visitar en el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec) son considerados como piezas maestras de la labor de los amantecas mexicas.

En el museo Nacional de Antropología e Historia se encuentra una reproducción hecha entre 1930 y 1940  por el artista Francisco Moctezuma quien trabajó sólo con descripcioneds y referencias vagas sobre la pieza original que ya estaba en Viena.

El bastimento del penacho está hecho con veinte piezas de carrizo de corta longitud, siete piezas medianas, tres piezas largas y una escalerilla media de dos piezas largas con cuatro travesaños. Las piezas más largas están recubiertas del hilo de agave para darles más resistencia. La disposición de tales varillas de carrizo tiene forma de abanico y disposición trapezoidal. Tal estructura está atada a una fina red hecha de hilos de fibra de agave y algodón. A esta malla se unen las plumas por medio de un pegamento hecho a partir de un mucílago obtenido de orquídeas. Las plumas se obtuvieron de cuatro especies de aves diferentes: las de color azul turquesa pertenecen al Martín pescador; las de color ocre-rojizo provienen del ala de una ave llamada espátula; las plumas de color café cuya punta es blanca y en el penacho está recortada, son de un ave llamada pájaro vaquero o pájaro ardilla y, por último, se usaron aproximadamente quinientas plumas de ala y cola de quetzal. El penacho, además, tiene 1544 piezas de oro en forma circular (representación solar) y medias lunas (obviamente representación de la luna). Tuvo, además y según descripciones, un pico de una pieza sólida de oro, ya perdida, lo que hace pensar que el penacho era un tocado que ensalzaba una deidad asociada al sol.

Existen muchas descripciones más precisas del penacho y su historia es casi tan interesante como la del chimali aunque personalmente prefiero la historia de este último.

Espero hayan disfrutado la lectura de esta pequeña reseña.

 

Ricardo Marcos-Serna

Ciudad Juárez, Chihuahua, 6 de enero de 2021, 23:00h

 

domingo, 3 de enero de 2021

Vivir el mito. La creación de los dioses mesoamericanos

Ricardo Marcos-Serna

 

Tláloc en el códice Laúd

En todas las regiones y a lo largo de todos los tiempos, el humano creó a los dioses según la realidad que estaba viviendo. El mito es, luego, reflejo y respuesta del grupo social que lo formula a las condiciones que lo rodean. La cosmogonía no puede nacer de una realidad ajena a la que su creador (el humano) vive, porque los dioses son el modo místico de satisfacer una realidad palpable.

Los dioses mesoamericanos no son simplemente dioses animistas que representan animales sagrados o eventos naturales como el rayo sino que también representan conceptos abstractos como la guerra, la muerte, la vida misma. Otros de ellos representan al sol, la noche, Venus, el agua que cae, los rayos… sin embargo aquí no sucedió lo que en otras culturas donde cada evento tenía un dios, no; aquí los dioses tuvieron desde su nacimiento diferencias esenciales con aquellos de otras latitudes.

Los dioses no están simplemente mirando al mesoamericano vivir una vida de servicio hacia ellos. Al crear al humano, los dioses adquirieron un compromiso con sus creaturas: el trabajo. Tonatiuh debe recorrer el cielo dando calor al humano y, por la noche, luchar en el Mictlán para que el ciclo del mundo no acabe; el humano, en pago, debe acompañar a Tonatiuh en su viaje por el firmamento, sirviendo a su necesidades por lo que del amanecer al zenit lo harán los guerreros muertos, del zenit al ocaso lo harán las mujeres muertas en el parto. Ambos, dios y humano, cumplen un trabajo. Tláloc se asegura que los cursos de agua no se sequen y que la lluvia permita que el maíz crezca; a cambio el humano no sólo debe cultivar la tierra y realizar sacrificios de niños, sino que, convertido en tlaloque después de su muerte por causas de agua, el humano ha de trabajar junto a Tláloc para proveer la lluvia; y Tláloc reclamará más sangre a través del relámpago o por medio del Ahuízotl. Tlaltecuhtli no sólo debe proveer suelos fértiles al humano para el cultivo del maíz y devorar el pecado, sino que requiere ser alimentada con los cuerpos de los humanos muertos. Todos los dioses trabajan; lo mismo que los humanos, las plantas, los animales, los objetos. El Popol Vuh cuenta que los comales y los metates se quejan ante la humanidad de los tratos que les dispensaron los hombres antes de destruirlos.

Los dioses mesoamericanos son dualidades no polares, sino complementarias entre sí y suelen compartir más de un atributo con otros dioses y más de una función. El Huey Teocalli de Tenochtitlán, el Templo Mayor, tuvo en sus partes más altas los adoratorios de Tláloc y de Huitzilopochtli. El templo se orienta de oriente a poniente, con su escalinata principal hacia el poniente; el adoratorio de Tláloc al norte se alineaba perfectamente con el salir del sol el primer solsticio del año, mientras el de Huitzilopochtli, al sur, se alineaba con la salida del sol al segundo solsticio. Esto significa que ambos dioses solares son complementarios entre sí porque ambos representan de cierto modo al sol, aunque uno se asocie con la guerra y el otro con la lluvia. Los dioses mayas no sólo eran duales sino que podían estar constituidos por cuatro porciones iguales y complementarias.

Es imposible hacer en este breve ensayo la descripción de todos los dioses del panteón mesoamericano (que, además, tienen sus nombres diferentes pero los mismos atributos entre los dioses sudamericanos, como que ambas son una misma cultura separada geográficamente) y para ello hay textos especializados.

Aquí diré, para terminar, que aún hoy los mitos religiosos viven en consonancia con la actualidad. El dios cristiano es un mito vivo al que mucha, muchísima gente rinde culto. En la actualidad. Es decir: el mito de dios está vivo hoy. Pero no deja de ser un mito.

Los dioses nos acompañan aun y esto no implica que les debamos adorar. Habemos muchos que no creemos en dioses. Pero si el mito vive, el dios vive del mismo modo. Como nota final: no hay diferencia entre la adoración a un panteón politeista como el mexica y el supuesto monoteísmo católico (supuesto, digo, porque hay adoratorios y ceremonias dedicados a santos y beatas y no al dios tutelar): ambos son mitos. Hay que poner todo objeto de estudio en su justa dimensión.

 

Ricardo Marcos-Serna 

Ciudad Juárez, Chihuahua, enero 3, 2021

sábado, 2 de enero de 2021

Grandeza y decadencia de los mayas

Thompson JES, FCE, México, 1954, 13ª reimpresión, 1984, traducción de Zavala LJ.

 


Thompson fue un arqueólogo inglés que se especializó en el estudio de la cultura maya. Su admiración por esta nación se trasluce a lo largo de toda la obra pero, a mi juicio, varias ocasiones cae en la admiración rayana en la adulación y lo hace en demérito de otras culturas tan importantes como la zapoteca o la mexica.

Su libro fue escrito en un momento en que la cultura maya, como objeto de estudio, ya no era una novedad pero de la que, evidentemente, se sabía menos entonces que hoy; así, muchos de los datos e interpretaciones que nos ofrece parecen hoy una obviedad o son rechazados por las interpretaciones actuales, tanto arqueológicas como por el análisis de los indicios materiales probatorios con instrumentos y técnicas de avanzada con los que contamos hoy.

El libro ofrece datos muy importantes para el lego –como yo mismo– en el estudio de la civilización maya. También toca de refilón aspectos importantes de otras culturas y naciones mesoamericanas como la zapoteca (de la que la familia de mi padre comparte, al menos, la geografía) pero con el gran desacierto de que lo hace comparando, siempre en detrimento de las culturas no-mayas, es decir, que no las compara objetivamente, sino a favor de los mayas por su marcada y declarada tendencia pro-mayista.

Una desventaja más que pude observar en el libro es que el autor frecuentemente (muy frecuentemente) cae en el error de señalar un aspecto cualquiera de la vida diaria maya con un equivalente europeo o norteamericano o “moderno” aún después de haber descrito claramente su punto, como si quisiera dar un ejemplo “con palitos y bolitas” a lectores con retraso mental. Inaceptable a todas luces.

Condicionado por su cultura y su tiempo, el autor cae en el lugar común de presentar a los pueblos mesoamericanos prehispánicos como atrasados, simplones, comparados con el “complejo” hombre moderno. No hay tal: la complejidad de una cultura sólo se comprende si se le estudia en su contexto histórico; si se le compara con nuestra modernidad siempre estará en desventaja. Eso no es hacer Historia.

Tiene el cuerpo del texto cuatro cuentos que pretenden describir la cotidianeidad de la ida maya para lo que el autor se basó en sus conocimientos arqueológicos para escribir micronovelas costumbristas, sin embargo, el resultado es pésimo: son cuentos con fines ilustrativos basados en historia contrafactual. Su mérito está en describir en escenas mundanas los hallazgos arqueológicos en los que se basó el autor para escribirlos. Su demérito está en no ser un narrador en el tiempo histórico de sus propios personajes, sino un historiador que quiere inventar una historia sin tener una historia que contar, sino datos crudos que presentar, sólo narrando hechos que conoce por su propia formación académica. No hay ejercicio narrativo. Y hay muy escaso ejercicio creativo.

Sin embargo y pese a todo lo anterior es un libro que se disfruta y del que se puede obtener el conocimiento básico para comenzar un estudio más completo de la cultura maya, incluso es recomendable leerlo antes de leer el Popol Vuh o el Chilam Balam.

Ojalá alguien que lo haya leído pueda aportar su opinión a este humilde ensayo.

 

Ricardo Marcos-Serna, Ciudad Juárez, Chihuahua

enero 02, 2021, 2º año del Covid.

 

lunes, 28 de diciembre de 2020

El ídolo sin pies ni cabeza, la Coatlicue a finales del México virreinal

Leonardo López Luján, Opúsculos, el Colegio Nacional, 1ª edición, 2020

 


Coatlicue es una de las principales deidades mexicas tanto por sus atributos propios como por ser la madre del dios más importante del panteón mexica, Huitzilopochtli.

La azarosa vida de la piedra que representa a esta deidad, Coatlicue, no ha sido fechada con exactitud, pero se sabe que fue encontrada al realizar trabajos de nivelación de lo que hoy es la Plaza de la Constitución en el año 1790, un trabajo que se realizó por orden del virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, segundo conde de Revillagigedo, en un sitio que conmemora una placa que actualmente se encuentra sobre la calle que rodea a la Plaza casi en su esquina con la avenida Pino Suárez.

El libro de López Luján, hoy director general del Proyecto Templo Mayor, hijo del arqueólogo Alfredo López Austin, nos ofrece una versión bien documentada de los hechos que rodearon el descubrimiento de la escultura y los sitios donde fue depositada, sepultada, desenterrada y vuelta a sepultar hasta que se le ubicó, finalmente en el Museo Nacional de Antropología e Historia. Es un relato interesante, definitivamente, pero el libro me dejó con un mal sabor de boca por una razón muy sencilla: no describe nada del simbolismo de la escultura en sí. Nada o casi nada.

Realmente yo esperaba que, siendo su autor quien es, ofreciera una detallada descripción de la piedra, del significado de la sustitución de la cabeza humana por una serpiente, el qué representa su falda de serpientes, por qué tiene dos pares de manos humanas además de sus propias garras, por qué tiene en su base una representación de Tlaltecuhtli… en fin, que describiera la piedra misma, más que su historia desde su descubrimiento.

Sin embargo, no es un mal libro. Seguramente una segunda lectura me aportará datos más relevantes sobre el monolito que habrán de complementar lo que sobre él vaya cayendo en mis manos.

Se lo recomiendo.