domingo, 30 de agosto de 2009

Pase a mi humilde morada II


Unos cirujanos ortopedistas me invitaron a “las luchas”. Aún no definimos fecha, pero creo que eso no va a modificar lo que vamos a encontrar: una multitud vociferante que se ahorra el psicoanalista gritando contra su antagonista, la eterna lucha entre el bien y el mal (¡qué simple suena este concepto una vez escrito!), rudos contra técnicos, cervezas, insultos, niños con máscaras…
En la lucha anterior, Santo ha ganado al Malvado Profesor Landrú, la gente lo ha cargado en andas hasta su camerino y ha permanecido del otro lado de la puerta, satisfecha de haber estado en contacto estrecho con el ídolo. Dentro del camerino sólo hay cinco personas, Santo, el second que lo ha asistido durante la batalla de esta noche y los dos hombres que lo miraban desde la primera fila. Con ellos está la joven mujer que estuvo sentada entre ellos.
El profesor, padre de la joven (puede ser antropólogo, médico, matemático, químico o cualquier cosa que uno se imagina posible para alguien que ostente el título de Profesor), felicita a Santo. El jovenzuelo bien peinado está deslumbrado por el luchador y le toma la mano con confianza, lleno de seguridad, diciendo: Felicitaciones, Santo; excelente lucha. Santo acepta las felicitaciones y mira a la joven quien le prodiga una mirada de ven acá. Ella es la virtud encarnada, bella, inteligente, vestida con recato, elegante en el gesto, precisa en la sonrisa. Mira a santo con pasión y éste, debajo de la máscara ha hecho un gesto indefinible al mirarla.
Santo, dice el profesor, lo espero esta noche por mi despacho. He encontrado un documento muy interesante que me gustaría que usted tenga a bien mirar. Santo acepta la invitación y se despiden cortésmente. Cuando el grupo está a punto de salir del camerino, Santo alcanza el codo de la muchacha con la mano y le dice: Espere, Elena… ¿Sí, Santo? Elena, usted sabe que… ¿Saber qué, Santo? Son interrumpidos por el ayudante del Profesor que ha regresado a buscar a Elena. Santo se mira inhibido (sólo por un segundo) mientras el joven dice, cándidamente: Perdón, pero olvidé mi sombrero. Elena, te espero en el auto. Hasta la noche, Santo… Hasta más tarde, Javier, dice el ídolo y queda de nuevo solo con la mujer. ¿Me decía usted…? Nada, Elena. Espero verla más tarde. Ella sale dejando solo al luchador que ocupa sus pensamientos en cualquier cosa.
Más tarde (en estas historias el tiempo es indefinido: si la lucha comenzó a las siete de la noche y la pelea de Santo fue la función estelar, debió haber luchado, durante quince minutos a las ocho y treinta, luego, a las nueve, el diálogo en el camerino, durante quince minutos. Suponiendo que el Santo haya tomado una ducha, Salió de la arena aproximadamente a las nueve de la noche y debe haber llegado a su casa aproximadamente a la nueve treinta, Una cena frugal y a las diez de la noche estaría sentado ante su escritorio), Santo está sentado leyendo un libro ajado, de pastas duras, que bien podría ser México a través de los Siglos que publicara Mariano Riva Palacio o Moral a Eudemo de Aristóteles. Santo es un erudito, por eso le piden consejos los eruditos. Santo usa un traje de dos piezas, sport, que se adivina de color caqui, con camisa de cuello de tortuga y su eterna máscara. El teléfono suena y Santo estira la mano para tomarlo en un elegante gesto. Del otro lado de la línea, Elena le recuerda a Santo su compromiso para esta noche. Ahí estaré, Elena. Hasta pronto, dice Santo y sale de la habitación. Sube a su auto descapotable, un Dinalpin A110 y recorre las avenidas de la ciudad mientras sueva un temerario jazz como música de fondo.
Al llegar a la mansión del Profesor, Santo es conducido hasta el despacho por el mayordomo quien, lejos de infartarse por haber abierto la puerta y mirar ante sí a un tipo con una máscara, cumple con su labor eficientemente y ofrece a santo un highball.
Ante el Profesor se encuentran sentados Javier y Elena, el primero en un sillón de orejas, con las piernas cruzadas y con un cigarrillo entre los dedos y la segunda sobre el borde del escritorio. Cuando Santo entra y los demás lo saludan, el Profesor le alcanza un documento. Es una descripción muy detallada de la localización de la tumba del emperador tlachimeca Axólotol Alhuzotéotol que encontré entre un lote de documentos perdidos en El Museo, dice el profesor y Santo lo examina.
Este papiro (que, como todo el mundo sabe, es el material preferido de los pueblos precolombinos para escribir su historia) puede decirnos dónde encontrar la tumba y esclarecer el misterio de la muerte de este emperador, dice Santo.
Creí que ese emperador era sólo un mito, dice Javier dejando en claro su ignorancia. Santo, benévolo, le aclara dos o tres cosas de la vida diciéndole que sí, para algunos es un mito pero que él, en sus estudios concienzudos, ha podido establecer una duda razonable que vincula al emperador del pueblo tlachimeca con la caída del omnipotente imperio azteca.
Debemos ir a buscar esa tumba, Santo, y echar luz sobre estos hechos históricos. He tomado providencias para que una expedición con todos los pertrechos necesarios nos espere mañana a primera hora en la explanada del museo.
Santo accede, honrado (porque la humildad es una de sus virtudes) a acompañar a la comitiva.
Pero, papá, tu salud… esas travesías en la selva no pueden dejar nada bueno a tus años. Deberías quedarte en casa, dice Elena apesadumbrada. No hay nada de qué preocuparse, Elena, dice Javier. Si Santo nos acompaña, no hay nada qué temer.
Santo invita a la joven mujer a unírseles y ella responde: Por nada del mundo me perdería esta aventura. Sus ojos son una invitación.

Hasta la próxima o hasta que haya ido a las luchas con los ortopedistas quienes, seguramente, lo hacen con el afán de entender el mecanismo del trauma y no como yo que sólo voy a ver a la gente.

jueves, 20 de agosto de 2009

Continuidad de los parques


Julio Cortázar

¿Puede la ficción ser parte de la realidad? ¿Pero no sólo parte como universo alterno, como lo que pudiera ser, o como estilo literario, sino como una continuación temporal que mezcle todos los elementos de la novela con los hechos de la realidad en una insistencia de sucesos que de modo alguno debieran componerse?
Indiscutiblemente, frases como “parece de novela” y “casi como la realidad” son meras expresiones de asombro que pretenden, sin ser precisas, señalar que la literatura es un reflejo de la vida cotidiana, pero son incapaces de establecer una diferencia significativa entre lo real y el imaginario de un escritor. Aunque hay quien dice que la literatura debe reflejar la realidad, también hay quien asegura que el lenguaje escrito no debe manifestar la realidad porque perdería su cualidad literaria.
La realidad y la novela, en un mundo ordenado, no deberían mezclarse. Esto sólo debiera pasar en el campo de la literatura.
Pero un cuentecillo que leí hace casi 20 años, y que recordé esta tarde, me hace dudar.
Un hombre ha estado alejado de la novela que lee por negocios hogareños que parecen poco placenteros. Pero cuando ha terminado con estos asuntos mundanos, reales, tiene oportunidad de volver a su ensoñación literaria recordando con facilidad personajes y situaciones. En la realidad, él ha puesto un barrera entre sí y el mundo, la puerta de su estudio. En la ficción, miraba el encuentro final de los protagonistas en una cabaña en el bosque. En la realidad, la ventana lo separa del bosque de robles. En la ficción, los árboles dan cobijo a los amantes que se han reunido. En la realidad, él tiene a la mano los cigarrillos y la cabeza apoyada en el terciopelo del sillón de orejas. En la ficción, ella cura con caricias las heridas que las ramas han hecho en la cara de su amante. En la realidad, el mayordomo de la casona ha salido por algún motivo. En la ficción, el hombre corre por el sendero que lleva a la casa mientras la mujer se aleja con el pelo suelto. En la realidad, los perros no ladran. En la ficción, el hombre entra a la casa y camina hacia el estudio. En la realidad el hombre que corría por el bosque entra a la habitación de grades ventanales y mira un sillón de terciopelo verde. En la ficción, el hombre que leía no ha escuchado al hombre que lo mira desde la puerta del estudio con el puñal en la mano.
Julio Cortázar, con esa innegable e irrepetible genialidad, dejó este cuento para que la realidad supiera que sus sucesos pueden continuarse suavemente con las palabras de la literatura y que la creación literaria puede extenderse en la vida cotidiana.
Continuidad de los parques, excelente cuento de media cuartilla, es claro modelo del estilo de Cortázar que ha perdurado en el tiempo sin haber perdido el elemental poder narrativo del autor.
Si lo ha leído, pudo causarle la misma desazón que a un adolescente cuando lo encontró por vez primera y, si no lo ha leído, dese la oportunidad de leer esta obra que es atemporal en más de un sentido.
¿Alguna vez ha tenido la sensación de vivir una novela?

Crédito de la imagen a: http://lst40809.files.wordpress.com/2009/03/bosque.jpg

miércoles, 5 de agosto de 2009

El tuerto de Artículo 123 (sobre la obra belascoaranesca de Paco Ignacio Taibo II)



Me permito publicar un ensayo que escribí hace algunos meses y el cual esperaba poder enviar a alguna revista literaria. Por diversos motivos, pero esencialmente porque no sé nada del mundo editorial, dejé de buscar quién se atreviera a perpetrar la publicación de este esnayo, así que decidí publicarlo libremente en este blog. Espero que lo disfruten.

El tuerto de Artículo 123
(Sobre la obra belascoaranesca de Paco Ignacio Taibo II)

Vasco-irlandés de origen, Héctor Belascoarán Shayne se erige como uno de los personajes más entrañables para los adeptos a la novela negra escrita en español. Su tendencia al absurdo –que se refleja en la comunidad variopinta que puebla su despacho y los temas de investigación que aborda– y a la melancolía –representada por la perenne ausencia de la muchacha de la cola de caballo– son dos pilares esenciales del México en que el detective se desenvuelve, pero no son los únicos sobre los que se sustenta el personaje; de ellos emanan, radiándose como los kilómetros desde la Puerta del Sol, diferentes características con las que los lectores se identifican como la soledad, el desencanto, el hartazgo de las formas oficiales, la noche cálida y la lluvia fría que encapotan o hacen resplandecer al corazón.
Francisco Ignacio Taibo Mahojo, pa´ los cuates: Paco Ignacio Taibo II, autor de la saga Belascoarán, es asturiano de nascencia y éste es factor determinante en los orígenes de Héctor quien, aunque vasco-irlandés más que asturiano, representa la otredad con la que el autor se denomina a sí mismo, no con la intención de resaltar entre el mexicanaje, sino como bandera para demostrar que el detective pertenece a una clase de mexicanos que es intrínsecamente diferente al resto, extraña a la de esos con los que se enfrenta y ajena a la de esos que lo miran como simples espectadores.
Paco Ignacio, entonces estudiante de la UNAM, fue parte activa del movimiento estudiantil de mil novecientos sesenta y ocho que se extendió por todo el mundo, desde París y Praga hasta Tlatelolco, y que es recordado como el de la generación que alzó la voz en un mundo y una época marcados por el totalitarismo representado por el bloqueo a Cuba, la muerte del Che, la –entonces caliente– guerra fría, la intervención americana en Vietnam. La generación que hizo “el 68” demostró su diferencia de la sociedad heredada del alemanismo de varias maneras, una de las cuales, acaso la central, es su proclividad al pensamiento independiente y su necesidad no de confrontación, sino de expresión: para el bachiller del sexenio de Díaz Ordaz era más importante la difusión de sus ideas –frescas, libres, esencialmente contrapuestas a las oficiales– de lo que lo fue para sus padres, los bachilleres del sexenio de Alemán Valdez, los iniciados en la modernidad, los verdaderos herederos de la Revolución que los había sacado detrás de los arados y los había colocado al volante de un Oldsmobile, que les había quitado el pulque de las manos y puesto en su lugar un vaso de whisky, para “blanquear el gusto de los mexicanos”.[1] Esa fue la generación que hizo la diferencia y de la que emanaron muchos de los privilegios que hoy gozamos y, sin embargo, es una generación a la que vemos más como la de los masacrados que la de los dueños de las calles; la de los pobres muertos que no conocimos en vez de la que nos heredó el derecho a tomar la vía pública.[2]
Es en ese punto en que Taibo II se encuentra con la posibilidad de usar a un sesentayochero para decir lo que no pudo y hacer todo lo que no le fue posible en su momento. Aclarando que Taibo II estaba en Asturias la mañana del 3 de octubre merced a las diligencias de su padre, no por esto se le considerará un traidor al movimiento: se salvó de las balas pero sufrió la censura, la persecución y el duelo colectivos que siguieron a la noche de Tlatelolco y, sin embargo, encontró en la ficción que ofrece la novela negra el vehículo para decir todo lo que ya no fue posible después de la noche de la Plaza de las Tres Culturas.
Héctor Belascoarán Shayne hace acto de presencia pública, mediados los setenta, representando al desencantado sesentayochero que vive (agradecido de estar vivo y asqueado de vivir como antes –o peor, con miedo) llevando una existencia burocrática: ingeniero de profesión, especializado en análisis de suelos, divorciado y sin hijos, deja a un lado su próspero futuro construyendo puentes y se lanza a la caza de un estrangulador que se autollama Cerevro [3] (sic). No hay referencias fidedignas de cómo sucedió, pero Héctor llegó a compartir un despacho en la calle Artículo 123 de la colonia Centro de Ciudad de México con Javier “el gallo” Villareal, norteño ingeniero, fumador compulsivo de puros jarochos, noctámbulo analista de las deficiencias del sistema de drenaje profundo de la ciudad, amante de las películas de Tarzán y del western; Carlos Vargas, tapicero enamorado del danzón y de las mujeres ajenas, anarquista en las tardes de lluvia y ayudante ocasional de las andanzas detectivescas de Belascoarán y, por último, Gilberto Gómez Letras, plomero que suele dejar sus trabajos pendientes en el escritorio del detective, enloquecido fan de la lucha libre, hijo de un zapatero remendón de la colonia San Cosme, padre de un niño a quien le lee las obas de Goethe.
El por qué un ingeniero sea el protagonista de esta historia puede ser una cuestión fácil de resolver; la ingeniería, una de las posiciones más destacadas dentro de la sociedad mexicana[4], es la antítesis de la acción y el prototipo de la clase media-alta de la época; su desvariante renuncia a la posición que la carrera trae aparejada es la representación de la ruptura del autor con el Estado y sus formas. Héctor es descendiente de un profesor de matemáticas español, ex marino mercante, ex traficante, ex maestro de matemáticas, asilado en México (al que nos encontramos en retrospectiva, unos años después de muerto, dándole clases a José Daniel Fierro, otro protagónico auto-representativo de Taibo II)[5] y de una irlandesa cantante que dejaron a sus tres hijos una posición económica cómoda; por tanto, Héctor es perfectamente capaz de renunciar a su trabajo como ingeniero y aventurarse a tomar un curso de detective por correspondencia. Tan absurdo que puede ser real. Cerevro, un acaudalado empresario con mucho tiempo libre en las manos, es una representación del Estado que aplasta a sus integrantes menos importantes: una secretaria, una estudiante de secundaria, una ama de casa que mueren a manos del opresor, en silencio, sin ser violadas (el Estado no necesita violar, tiene a sus prostitutas de lujo), sin un motivo aparente (¿cuándo se ha requerido un motivo para ejercer el poder?) y sin conexión entre las víctimas (acaso la única sea que no formaban parte de esa esfera inalcanzable del jet-set). Belascoarán, que prefiere llamarse a sí mismo detective independiente (palabra elocuente que lo pone en el campo de la libertad que busca impulsado por sus fantasmas universitarios), camina solo, inexorablemente, por las oscuras calles de Ciudad de México reafirmando su derecho de tránsito ganado en la matanza de Tlatelolco (ganado por otros, no por él: Belascoarán miraba las manifestaciones desde lejos, sin atreverse a entrar al Movimiento), esperando que el azar lo ponga en los pasos del asesino. Taibo II recurre a forzar el encuentro entre protagonista y antagonista usando uno de los vehículos oficiales: la televisión. Aunque Taibo II incurrió pocas veces en la mención directa de nombres públicos durante sus primeras novelas, en Días de combate usó el de Pedro Ferriz y su programa El gran premio de los sesenta y cuatro mil pesos para enviar un mensaje al asesino; el tema que Belascoarán utiliza para llegar a Cerevro es el de los estranguladores famosos.
Taibo II no reparó en mencionar a los personajes de su desagrado por su nombre y apellido hasta que sus novelas policiacas salieron de los libreros de los “lectores de prototipo”; una vez que su nombre empezó a aparecer con frecuencia en la televisión y la prensa escrita, sustituyó la mención indirecta de los nombres y los apodos que la sociedad le confiere a los personajes o por nombres reales o seudónimos que, por esencia, nos hacen saber a quién se refiere. Sin embargo, esto no significa necesariamente que Taibo II haya tenido miedo al poder, que se escudara en personajes velados para mencionar a sus antagonistas, como se refleja en las palabras dichas por Fritz Glockner:

Los judiciales del estado nos traen jodidos, necesitamos una buena policía municipal, alguien a quien no puedan matar sin que se arme un pedote nacional, hasta internacional; por ejemplo, un escritor que acaba de ganar el Gran Premio de Literatura Policiaca de Grenoble, o al que entrevista el New York Times. Un escritor que aunque es de izquierda sale en el programa de Rocha cunando publica un libro.[6]

Esto sólo hasta que La Jornada publicó, por entregas, como se hiciera en su tiempo con La Milla Verde[7], Muertos incómodos (que también publicó Plaza & Janés), mini-novela ejemplar escrita a cuatro manos con quien quiera que se esconda detrás del pasamontañas del Subcomandante Marcos. En esta obra atípica, la mancuerna Taibo II-Marcos menciona en abundancia personajes públicos de la vida política mexicana: Ernesto Zedillo, Martha Sahagún, Fox Quezada, Santiago Creel, Carlos Salinas, y un vasto desfile de personajes clave en la desgracia que es México hoy, pasa por las páginas de la novela que cierra (hasta el momento) la saga de Belascoarán Sahyne.
Una excepción a la novela negra y a la novela política es Héroes convocados[8], alucinante historia en la que el fin es matar al Gustavo Díaz Ordaz. El Gran Néstor es el resentido social que urde el plan en el que han de intervenir los personajes de ficción favoritos de Taibo II para asesinar al ex presidente en venganza por la masacre de Tlatelolco. Así, Néstor consigue que se apersonen en la ya de por sí convulsa Ciudad de México Wyatt Earp con sus hermanos y el tuberculoso doc Holliday al lado de Bat Masterson, Sherlock Holmes con todo y sabueso de los Barkesville (autor material de la muerte de Díaz Ordaz), Sandokán y Yánez de Gomara, los Mau-mau y una tribu de indios americanos entre un alucinante desfile de caracteres que se solidarizan en la tarea de librar a México de su vergüenza personificada en el “cara de mono”. Con todo y lo inverosímil de la historia, Héroes convocados tiene la magia de haberle otorgado una victoria, cuando menos en el campo de la ficción, a quienes fueron aplastados por el aparato del estado. Taibo II, sin embargo, no recurre a esta treta literaria nunca más, cuando menos en sus novelas policiacas.
Es en Días de combate que Belascoarán tiene su primer encuentro con esa ausencia constante que es Irene, la evasiva “niña bien” que maneja un auto de carreras en el autódromo Hermanos Rodríguez en los ratos libres que le deja la búsqueda de los motivos que llevaron a la muerte de su hermana, trabajo que le encargó al detective. Con la muchacha de la cola de caballo (su verdadero nombre, Irene, sólo se menciona en Días de combate una vez y no se repite en ninguna de las otras novelas aunque ella tiene apariciones fugaces y ausencias constantes en casi todas), Taibo II le da a la mujer el derecho que se ganó durmiendo en las guardias de las huelgas, caminando codo a codo en las manifestaciones (imagen asquerosamente Benedettiesca) y levantando barricadas en el Casco de Santo Tomás y Ciudad Universitaria. La mujer de Taibo II es tan hombre como cualquier varón, es un ser humano a cabalidad, que no se conforma con vivir bajo las reglas de los que tenemos los genitales por fuera, sino que busca y gana cotidianamente su derecho a vivir con autodeterminación. Paco Ignacio recurre a otro personaje con estas características: Elisa Belascoarán Shayne, hermana de Héctor y Carlos, es otro personaje fugaz en las historias, siempre moviéndose de un lado a otro y de una acción a la otra, jamás se deja retratar por completo, como si una urgencia intrínseca la obligara a permanecer al margen de las fotografías deseosa de salir de cuadro para posar en un nuevo escenario. Aparecida por primera vez (como algo más que en una referencia breve durante el velatorio del padre recién muerto) en Días de combate, se perfila más claramente en Algunas nubes[9] donde llega a la playa en una motocicleta, sacudiendo su cabello con las ondulaciones de la arena, para lanzar a su hermano a la búsqueda de los quienes maltratan a su amiga Anita. Es Ana representante del otro grupo de mujeres que Taibo II usa como personajes: las oprimidas, las que viven en constante dependencia de sus hombres (esposos, padres y hermanos) y que sólo pueden ser en el marco que ellos les confieren. Un tercer grupo de personajes femeninos que es indispensable en la novela negra y, por tanto, en la novela llamada neopoliciaco mexicano (de la que Taibo II es gurú), es la mujer fatal. La llamada Viuda Negra, amante de un ex presidente mexicano que vive exiliada en Madrid es causa y motivo de que el tuerto detective (quien perdiera el ojo en un ataque a traición –de sicarios, diríamos hoy– y que simboliza que nadie salió del sesenta y ocho sin una marca física) se angustie mientras viaja en el metro en la madre patria y, sin pudor, se deshaga de sus muy mexicanos Delicados y los cambie por tabaco español. Es la Viuda Negra quien, aprovechando su relación con el máximo mexicano, guarda en su propiedad una joya precolombina con la complicidad de las autoridades del Museo Nacional de Antropología e Historia.[10] Estas mujeres no tienen, necesariamente, un nombre; “Melina”, la ondulante reina de la noche de San Juan de Letrán, “Zoriaida”, ayudante de Zorak (el sorprendente Profesor Zobek) y quien en realidad se llamaba Marga, las bailarinas que con sus plumas y boas hacen el deleite de los parroquianos de los bares (ahora llamados table dance, serán llamados TD, Ti Dis, si la tendencia de los gringos a abreviar sus palabras sigue tal y como hasta ahora), son indispensables en este género literario siempre y cuando éste se desarrolle en México.
El mundo del cabaret y la cantina es más vívido en Cosa fácil[11] y No habrá final feliz,[12] dos historias en las que el detective debe buscar, primero, al General Zapata (como representación de que la lucha campesina, traicionada por el gobierno no ha cejado en su intento de reforma) y, segundo, a los asesinos de Leobardo que son, al mismo tiempo, los asesinos de Zorak, escapista de oficio y fortuito entrenador de los Halcones, policías secretos del sexenio de Echeverría Álvarez, responsables de los muertos de bala del diez de julio del setenta y uno, en la Calzada de los Maestros, matanza que es hermana no reconocida de la de la Plaza de las Tres Culturas. Una de las historias, acaso la más feliz, comienza en El faro del fin del mundo, en la zona de Vallejo, entre cubas libres ficticias (sólo coca cola y limón) que el detective bebe mientras espera a los obreros que han de encomendarle la búsqueda del General del Ejército Libertador del Sur. La otra, comenzada con la muerte de un romano sin casco en el baño del edificio de Artículo 123 (acaso el mismo baño donde el detective perdió el ojo), arroja a Héctor a un cabaret de San Juan de Letrán (lo imagino con un tigre blanco de mampostería en la entrada y cartelones donde la actriz principal posa mirando al cielo con una urna dorada en la mano, rodeada de sus indispensable pretorianos panzones), donde Melina hace su show en medio de tres romanos evidentemente tristes por la ausencia de su compañero.
El mundo de la cantina está retratado desde el otro lado, del lado de los buenos, en Sombra de la sombra,[13] novela policiaca ambientada en los años veinte, donde cuatro amigos unidos en apariencia por nada más que la pasión por el dominó y por algunos cadáveres relacionados entre sí, dejan sus oficios temporalmente y por las noches para buscar a unos asesinos que, de paso, quieren echárselos a ellos. Pioquinto Manterola, periodista bajo la batuta de Vitto Alessio Robles, Tomás Wong, sindicalista chino nacido en Sinaloa, Alberto Verdugo, abogado de lúmpenes y prostitutas y Fermín Valencia, ex dorado de Villa y poeta de oficio, son los personajes de esta maravillosa historia.
La muerte es constante en la novela policiaca y en la obra de Taibo II es abundante. Días de combate describe la muerte de muchos personajes reales (como Mary Carruthers y de unos ingenieros homosexuales) y ficticios (como las víctimas de Cerevro y los enviados del mal de Gobernación). Cosa fácil habla de la muerte aparente del General Emiliano Zapata y de la muerte real del campesinado mexicano; Algunas nubes es el relato de las consecuencias que la muerte de un nefrólogo trae para su esposa Ana; la muerte de los estudiantes del Politécnico Nacional es tema central de No habrá final feliz, aunque el asesinato a faca de Leobardo y otros personajes, es parada obligatoria en el recorrido de esta novela; De regreso en la misma ciudad y bajo la lluvia desanda el camino de la muerte; Adiós, Madrid, intuye el suicidio de la vecina canadiense del hotel de Héctor; Amorosos fantasmas, historia de amor y lucha libre, acerca a Belascoarán al homicidio de su amigo el Ángel y al homicidio de una amorosa de Benedetti; Desvanecidos difuntos arroja a Héctor al sureste, donde la muerte se perfila, como doña Eustolia, empuñando un cuchillo cebollero; Sueños de frontera acera al detective a la realidad del narcotráfico en la frontera norte de México, donde la muerte es bastante más real de lo que nos gustaría.
La muerte para Taibo II tiene dos modos de presentarse; cuando un integrante de “las fuerzas del mal” deja su miserable existencia en el piso, su muerte siempre es sucia, tal y como fue la vida del personaje: sórdida. El romano encontrado en el baño del edificio tenía la garganta cercenada y usaba calcetines, símbolo de su terrenalidad y, a un tiempo, señal del absurdo. La muerte de Laura, a manos del tío rico de su novio rico (a quien, personalmente siempre he imaginado en versión cinematográfica como Sergio Corona), por motivos de prostitución y poder, fue una muerte alevosa, que ensució a una muchacha que, en vida, debió ser dolorosamente bella.
El detective se ha enfrentado a la muerte en esas dos formas y en otras más: primero, sobreviviendo al sesenta y ocho; luego, quedando vivo en el atentado aunque perdió un ojo y ganó una placa y unos cuantos tornillos en el fémur; después, sintiendo el cañón de un arma en la nuca durante su aventura en Oaxaca y, finalmente, muriendo en el acto final de No habrá final feliz, cuarta novela de la serie Belascoarán.
¿Por qué Taibo II habría de morir a su éxito literario?

La Prensa. Ciudad de México, … de …: Héctor Belascoarán Shayne, ingeniero civil de treinta y ocho años, fue encontrado muerto en la calle… número… de la colonia… el día…, frente a una bodega en la que se presume había un gran cargamento de contrabando. Las instancias oficiales afirmaron que una banda comandada por el hoy occiso tenía su base de operaciones en la dirección antes mencionada. La muerte del citado ingeniero a manos de sus secuaces deja en claro (…)

Por supuesto, Belascoarán simplemente murió con lluvia en los ojos y no hubo esquela en la nota roja (el desliz es mío). Taibo II dice frecuentemente que una historia tiene la duración que ella quiere y que el autor poco puede hacer para extenderla o reducirla. Apegados a este axioma, digamos que el tiempo de Belascoarán llegó, murió porque tenía que morir; era su destino, su momento, su hora final. Así que Taibo II simplemente dejó que la enfermedad de Belascoarán (enfermedad contagiosa ésta, se llama DF) siguiera su curso natural y acabara con él. Pero algunos personajes se resisten a morir y, como Conan Doyle, Taibo II recurrió a una treta literaria para resucitar a su personaje.
En De regreso a la misma ciudad y bajo la lluvia nos encontramos con un Belascoarán flaco, pálido, con la barba crecida y desdibujado (si hubiera versión cinematográfica, yo esperaría ver a Héctor en blanco y negro sobre un escenario de colores, o como una imagen siempre borrosa en un comic, traslúcido). El resucitado, el más grande regreso desde Lázaro, se enfrasca en una aventura que no me queda clara, acaso por que estoy más sorprendido de ver a un fantasma que por entender el entorno en que lo miro. No obstante que el tema de la novela y el desarrollo de la mismo no es tan bueno como podría esperarse para un personaje que regresa del más allá, los aficionados a Héctor Belascoarán Shayne no pudimos dejar de relamernos los bigotes sabiendo que de nuevo habría un sheriff en Dodge.
Pero el regreso de Lázaro quedó en el espectáculo de la resurrección y jamás se nos dijo qué fue de él: ¿se hizo hombre de bien, se transmutó en malandrín, dejó su pueblo natal para viajar tras Él? Sabemos, por el contrario, lo que le pasó a Belascoarán. Se hizo convirtió en ganapanes y dejó de ser un buen personaje. Las novelas de Taibo II perdieron extensión y, en mi personal opinión, también calidad.
Una constante de otro autor favorito del que escribe es la lateralidad del texto; Stephen King tiene la cualidad de ramificar las ideas y las situaciones de sus personajes hasta el punto en que la visión de un girasol puede hacer que el protagonista recuerde un olor percibido en su infancia, sin embargo, en el entendido de que esta técnica no es obligatoria para los escritores, las últimas novelas de Taibo II dejan de lado el diálogo interno del personaje, la narración de relaciones existentes entre los personajes, los motivos de ser de la novela misma, provocando un vacío que nadie más que el autor puede llenar. No es una simple crítica: es que los locos belascoaranianos estábamos acostumbrados a leer la explicación de motivos. Sin embargo, este tipo de narración escueta se encuentra como una constante en la obra de Dashiel Hammet, padre absoluto del género negro. El gran golpe,[14] es la muestra representativa de cómo escribir una novela policiaca, es texto obligado para el lector de la novela negra y es casi un evangelio de cómo hacer una obra de suspense. Tal vez sólo estoy recordando lo que dice mi padre sobre el western: las películas donde se habla mucho son malas, como Jack el tuerto, de Marlon Brando, las películas donde se habla poco son excelentes, como Once upon a time in the West, con Charles Bronson. Finalmente, la literatura puede ser un reflejo de la realidad y, en la realidad, el diálogo interno está tan ramificado como un árbol frondoso.
Dejando de la lado el hecho del abierto (y a mucha honra para él) perredismo del autor y, por consiguiente de su personaje, Taibo II, ha dejado de estar interesado en Belascoarán y el pasado que éste representa y lo utiliza ahora como vehículo para la exposición de sus teorías políticas (en su descargo, pregunto: ¿qué es la literatura, especialmente la novela, sino un modo de expresar las ideas personales?); esta actitud ha llevado a la muerte a Héctor Belascoarán Shayne, tuerto detective independiente, muerto una vez a tiros de escopeta, resucitado milagrosamente por obra del santo espíritu del público, casi muerto en un río en Oaxaca, muerto en vida por una teoría política que no es compartida por la mayoría de los mexicanos, independientemente de su certeza o yerro. No es la tendencia política de Taibo II (tan respetable como la mía o la del lector) lo que ha acabado con Belascoarán: son los años y el cambio de un país bárbaro a un país bárbaro con tecnología importada. Belascoarán debe tener ahora alrededor de cincuenta y ocho años de edad y la tecnología ha rebasado a la rabia que la matanza de Tlatelolco le dejó como disparador para buscar la muerte cada día en su nueva profesión. Este país ha cambiado y ahora los preparatorianos prefieren comparar sus i-Pods y el bluethoot de sus blackberry que pensar en el modo de cambiar al país. Al principio, Belascoarán debe haberse sentido tan confundido como quien estas líneas escribe, al ver que cada semana aparece un teléfono celular con una función nueva, pero, a diferencia de quien lee (que seguramente se adaptó rápido a las nuevas tecnologías), la terquedad intrínseca del personaje debe haber puesto una barrera entre él y su entorno.
Yo, como lector ingenuo que soy, como blasto de escritor que pretendo, no espero que Belascoarán Shayne, detective, se modernice. Por el contrario, su único atractivo como personaje es la fidelidad a sus ideas, a sus filiaciones y a sus convicciones. Su terquedad. Yo espero que cuando Héctor Belascoarán Shayne muera de verdad lo haga de modo fiel a su modo de vida, citando a uno de sus cantantes preferidos: “yo no sé lo que es el destino, / caminando fui lo que fui. / Allá dios que será divino: / yo me muero como viví”[15]


Ricardo Marcos-Serna
Ciudad Juárez, Chihauhua
Mayo-Octubre 2008



[1] Pacheco JE, Las batallas en el desierto, Joaquín Mortiz, México
[2] Ayer, con desencanto, escuchamos por el radio una serie de programas referentes al Movimiento, en el 40 aniversario de la barbarie. Con desencanto, si, porque todos los que abordaron el tema lo hicieron de la manera más superficial posible, haciendo citas “elevadas” de gente que las dijo en otro contexto, para mejorar el rating. Desencanto sí, porque cada año se escucha lo mismo, se dice lo mismo. No hay que olvidar, no; hay que analizar y no solamente ser un estúpido narrador de historias que, para eso, nos bastan algunos escritores.
[3] Taibo II PI, Días de combate, Promexa.misterio, México
[4] Sociedad ésta que siempre ha tendido al menosprecio de las clases (sí, la fascista palabra aún existe) bajas y que en su tradición de adulación y autoflagelación lame las botas del poderoso y desprecia a los agachados
[5] Taibo II PI, La vida misma, editorial Planeta, colección Biblioteca Policiaca, México,1992
[6] Taibo II PI, Íbid, p. 10
[7] King, S, The green mile, Orion editors, London, 1996
[8] Taibo II PI, Héroes convocados, manual para la toma del poder, editorial Byblos, México 1996
[9] Taibo II PI, Algunas nubes, Editorial Booket, 1997
[10] Taibo II, PI, Adiós, Madrid, Editorial Booket, 2007
[11] Taibo II, PI, Cosa fácil, Editorial Booket, 2007
[12] Taibo II, PI. No habrá final feliz, Joaquín Mortiz, México
[13] Taibo II, PI, Sombra de la sombra, Promexa, México
[14] Hammet, D, El gran golpe, De bolsillo editorial, colección Los libros del verano, Madrid, 1995
[15] Rodríguez S, El necio, en el disco Silvio, Spartacus Discos, 1995, pista 8