Ah, sí. Este pequeño fragmento lo hice para el blog de un amigo (Mario García) y él lo publicó. Pero, a falta de qué publicar hoy, me permito reproducirlo acá.
Un día desperté con ganas de hacer una obra literaria contundente. Ya sabe usted: nada de esas compilaciones de tribulaciones y quejas que algunos escritorzuelos pretenden colocar en la boca de los iluminados y las manos de los lectores, sino un profundo análisis literado de la realidad de (aquí va el tema que usted decida), desmenuzada a la luz de las teorías literarias rectoras del hoy.
Ya decidido el tema del ensayo en cuestión, de la novela corta o cuento largo que hemos elegido para escribir hoy, debemos buscarle un título, nos decimos el yo que escribe y el que decidió que podía escribir. Algo lapidario, como La situación intelectual del Latinoamericano, o Qué es la ilustración en la filosofía de la Historia o, cuando menos, El olvido está lleno de memoria, cada uno de los anteriores, ejemplo del quehacer del escritor real.
Pero fue aquí dónde quedé estancado: mi impulso inicial fue que el tema de la obra estuviera en función del título.
Qué crueles desplantes nos hace la realidad.
Ricardo Marcos-Serna
09FEB09
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