sábado, 15 de abril de 2017

Lo que hay que saber para escribir el género negro





Elementos básicos de una obra clásica del género negro: 

A) Un investigador, detective privado, ex policía si se puede o con nexos con la policía y con los bajos fondos a un tiempo, preferentemente soltero (recuerden a Miles Archer, el primer muerto en The Maltese falcon (Hammett 1992), que era casado y murió en el capítulo 1), pero siempre bien dispuesto al amor, preferentemente pasajero y, de ser posible, consumado con la mujer fatal de la obra. Él  debe tener alguna manía o distingo, como fumar pipa o ser ambidiestro o ver fantasmas, pero no una tan estrambótica como colgarse por los tobillos en su armario mientras limpia su revólver con los ojos vendados. Por supuesto, debe ser un cínico consumado, pero sin ser descarado. ¿Le sobra a usted un poco de sarcasmo?, agréguelo, pues. Si puede, ponga un poco de whisky en el cajón de su escritorio y un teléfono viejo sobre el cartapacio; un perchero en su oficina no estaría mal, pero no es indispensable. Cuando él narre la historia debe hacerlo siempre usando la primera persona del singular y usando el tiempo pasado, que es el tiempo narrativo preferido del género. No es necesario para el autor ponernos en antecedentes personales sobre su detective: lo que importa es sólo lo que hará a partir del momento en que abramos su oficina. Su apellido habrá de pronunciarse, preferentemente en una dos sílabas: Ar-cher, Mar-lowe (recuerde que se pronuncia Mar-Lou), Spade, Con-de, aunque hay polisilábicos  rescatables: Men-die-ta, Be-las-coa-rán, Co-lum-bo.

B) Es necesario que la obra cuente con una mujer fatal para complementar la disposición amorosa del detective. Ella debe ser, preferentemente, rubia y de nariz respingona; juvenil sin ser adolescente ya que su sensualidad, en equilibrio con su aparente candidez, radicará en su comportamiento: el encender un cigarrillo mirando a los ojos del detective, sus azules ojos brillando mientras el resto de su rostro está en penumbra, o el sesgo de su sobrero de velo que le cubre sólo un ojo, o la altura de sus piernas enfundadas en medias color ala de mosca, preferentemente con la raya un poco corrida para que ella pueda ajustársela frente al detective que la mira con ojos aparentemente desapasionados pero que ocultan su avidez. Ella hablará con voz firme y siempre dejará en claro que espera que el aire le abra paso mientras camina; solicitará la búsqueda de alguna persona (casi siempre un amante fugado, un esposo por el que ya no se interesa demasiado, pero que le sigue perteneciendo por lo que no permitirá que se escabulla), o de un objeto cualquiera, usualmente una joya familiar (que ha cambiado de dueño sin permiso del dueño). Ella puede lloriquear un poco en los brazos de él… o no. Si hubiese una letra entre A y B, en el inciso correspondiente diría que los diálogos entre ellos, detective y mujer fatal, deben ser concisos pero usando palabras como nena, muñeca, ángel, la pasta, el pájaro refiriéndose al individuo que ha volado, los hielos los diamantes—, le recetó dos cápsulas del 45 —le pegó dos tiros—,  y otros por el estilo. Por ejemplo:



¿Cree usted que soy una mujer fatal?

Vistes como una mujer fatal. Hablas como una mujer fatal. Yo diría que lo eres, nena, excepto…

Excepto… ¿qué? preguntó ella acercándose a mí y rozando mi mejilla con sus guantes de seda roja.

Excepto que sé que eres una pájara que salió de chirona ayer por defraudar a una anciana alemana. Ella soltó una sonora carcajada, demasiado vulgar para no ser la de una mujer fatal. Se alejó taconeando suavemente en el piso de madera. Desde la puerta, dijo:

Hotel Brandenburg. Siete treinta. Búscame cuando el la banda comience a tocar Sing, sing, sing…



C) Un personaje/objeto que no estará presente en la obra más que como referencia entre los que dialogan, o como una estela de cadáveres que va quedando a su paso, igual que un intangible terremoto que nadie puede asir pero que todos sintieron su existencia, algo insustancial y que será, indiscutiblemente, el objeto que origina la relación del detective y la mujer fatal. También puede tratarse de una persona que se vuelve esquiva a voluntad, que está y no está a un tiempo, que se sabe que pasó por allí pero que no se detuvo lo suficiente como para dejar una huella profunda en los que servirán de comparsa. Ese personaje debe tener alguna cualidad que lo individualiza, lo que será el verdadero motivo por el que la mujer fatal lo busca: posee algo que ella quiere, hizo algo que la afectó, hará algo que la comprometa, sabe algo que no debe saberse, vio lo indebido o se sospecha de todas las posibilidades anteriores; incluso puede ser que sepa algo que nadie más sabe, ni siquiera el narrador. Si es un objeto debe destacar por su singularidad: un collar de perlas rosas de 50 gramos cada una, una estatuilla africana hecha con marfil de narval lo que la haría más excepcional—, una sandalia de Lázaro después de la resurrección, una serie epistolar entre Kennedy y Castro… todo puede ser legítimo o apócrifo, claro; sólo se sabrá hasta el final de la obra.

D) Un informante del detective; debe ser, preferentemente y a pesar de las protestas que esto pueda despertar, de una minoría étnica y tener un negocio estereotípico: un hebreo joyero, un marroquí vendedor de kebabs, un mexicano mesero en un tugurio, un irlandés estibador de puerto, un polaco charcutero, et cætera, es decir, alguien que por moverse entre el mundo de la mujer fatal y el del detective, en un limbo social que raya más en lo sórdido que en lo sublime, puede aportar datos que orienten al detective (no al lector) sobre el paradero del objeto/persona; los diálogos entre este personaje y el detective deben ser crípticos:

Escuché que buscas a un pájaro que voló con algo que no le pertenece.

Suelen hacerlo. ¿Qué sabes?

—Tal vez sepa algo, tal vez no.

Míster Lincoln podría refrescarte la memoria.

Con Republicanos no bebo ni agua. Tal vez Míster Hamilton . Recibió el billete y continuó. Los cuervos suele robar cosas brillantes, ¿sabes? Lo hacen por mera curiosidad, no por codicia. El tuyo puede estar como el de aquella historia, la del poeta ebrio de Baltimore.

—¿En el dintel de la puerta? ¿Cómo sabes que es cuervo?

—¿Conoces el mito griego del cuervo y Apolo? ¿En tu casa hay puertas con dinteles?



Lo demás se aclarará al lector hacia el final de la obra; también es indispensable que el informante cuente con un apodo sonoro: Stinky Rick Russeau, Caleb Shorty McLeod, Frank Curro Jiménez, Jason TexMex Pérez, Lu Fourfingers Wang, Albert Whitey Albine… hay mucho para elegir pero, como sucede con todos los apodos, el del informante puede describirlo o ser todo lo contrario o no ser siquiera una descripción física:

“Allí estaba, arrinconado contra la pared en aquel callejón, con el cuarenta y cinco vacío; la sombra se agazapó unos metros más adelante. Decidí jugármela. Salté hacia el escondite de James Brick James en el momento justo que un ladrillo salió disparado hacia mi frente… luego, el piso se movía velozmente hacia mi cara ensangrentada”.



E) Es primordial que exista un “pez gordo” en la obra, detrás de quien estarán algunas de las respuestas. Debe ser un hombre poderoso, claro, y se le asociará con una vida opulenta sin ser disipada: buen gusto por los vinos (ha de preferir una cosecha específica de Burdeaux que se haya recogido después de cierto evento climático que afectara a las uvas, como un ciclón en Indonesia), por la comida española (y deberá saber cuál es el mejor puesto de Las Ramblas para conseguir almejas para la paella), por los tipos de navajas mexicanas (indispensable que conozca la media de producción de acero de Altos Hornos de México en 1909 y las muertes que los aceros causaron en las Revoluciones Mexicanas), por los libros antiguos (tendrá en su haber, y presumirá al detective, su colección de las obras completas del Duque de Rivas en edición de 1853, con prólogo de Enrique Ruiz de la Serna) o coleccionará hachas de guerra (y la joya de la colección será la que usaron para decapitar a William Wallace). Los guardaespaldas del pez gordo serán tipos silenciosos o bullangueros en concordancia con los humores de su jefe; el pez gordo y el detective deberán encontrarse en un restorán o en un hotel en donde el pez gordo degustará una comida étnica y se quejará de algún mal estomacal.

¿Bebe usted, señor Zaid? preguntó y, sin esperar respuesta, continuó hablando. A mí me gusta más la cerveza bávara que el licor, pero no cuando como esta delicia eslava. La solianka debe acompañarse de vodka claro, pero creo que la acidez del blanco del Rhin le hace un favor a toda esta grasa.

Yo/

Me pregunto, señor Zaid, como seguramente usted se pregunta también me interrumpió: ¿para qué echar a perder un buen vino del Rihn con una sopa pobre del báltico, cuando se puede regar fácilmente con… pero, decía usted, señor Zaid, perdone mis modales.

Yo no/

—A veces olvido que ya no estoy en mi patria querida, donde la voz más atronadora es la que se impone —elevó el tono dos octavas mientras se golpeaba el pecho con puños como mazos—, sino en América, la tierra de…—y abrió las manos en gesto de desamparo—, perdone. De nuevo he olvidado mis modales.

—Decía que yo no/

—Vania —volvió a interrumpir, haciendo una seña a uno de sus gorilas—…una copa de vino para el señor Zaid, ¡spiaŝacca! —luego, voltenado hacia mí y bajando el tono al de una confidencia frente a la chimenea—… estos hombres… son campesinos… sin educación… perdone usted señor Zaid. ¿Decía?

—Decía que no bebo.

—¿La úlcera? Yo la padezco hace diez, no, doce años. Malditos médicos. Primero te dan una pastilla para la úlcera y luego diez más para contrarrestar los efectos de la primera y desp/

—No bebo porque no me gusta.



F) El Cadáver, que puede aparecer al principio, intermedio o final de la obra. Su función será estar muerto. Los diálogos serán entre los supervivientes y se referirán a él como el fardo, el fiambre, el bulto, el frío o, en Latinoamérica, se dirá de él que colgó los tenis, entregó el equipo, mira las flores desde las raíces (genialidad cortazariana), se lo cargó el payaso, lo chupó la bruja, chupó Faros, enrolló el petate, valió… también hay para escoger. Y por último, pero no menos importante,

G) Un tema. Éste estará de acuerdo a las capacidades del escritor y no habrá límite para su imaginación mientras sea capaz de no entremezclar géneros como fantasía con historia, terror con romance o tecnología con ciencia, pero si el escritor puede hacerlo y salir bien airado de la empresa, bienvenida sea su obra.

Todo esto, lector@, es lo que hizo Allen Stewart Konigsberg, Woody Allen, en 1974 con cuento El Gran Jefe, incluido en el libro Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (Allen 2007). Si le gusta el género negro y disfruta el sarcasmo de Allen, no deje de leerlo. El cuento demuestra que, aunque el género tiene que tener necesariamente homicidios, no son siempre el sexo o el dinero los móviles del crimen. En este cuento aplica perfectamente la frase de Sabina: nunca entiendo el móvil del crimen a menos que sea pasional… y la filosofía también despierta pasiones.



Allen, Woody. 2007. “El gran jefe”. En Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, 8a ed., 149–61. Fábula. Barcelona: Tusquets.

Hammett, Dashiell. 1992. The Maltese Falcon. Vintage Crime / Black Lizard. USA: Random House.
Imagen:  https://www.google.com.mx/search?q=woody+allen+detective+movie&source=lnms&tbm=isch&sa=X&sqi=2&ved=0ahUKEwjsw4DbgKjTAhUqjFQKHd0pDaAQ_AUIBygC&biw=1366&bih=635#imgdii=HcV10XL-xnrdkM:&imgrc=vzK1XvJypDRdKM:

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