Elementos básicos de una obra
clásica del género negro:
A) Un
investigador, detective privado, ex policía si se puede o con nexos con la
policía y con los bajos fondos a un tiempo, preferentemente soltero (recuerden
a Miles Archer, el primer muerto en The
Maltese falcon (Hammett 1992),
que era casado y murió en el capítulo 1), pero siempre bien dispuesto al amor,
preferentemente pasajero y, de ser posible, consumado con la mujer fatal de la
obra. Él debe tener alguna manía o
distingo, como fumar pipa o ser ambidiestro o ver fantasmas, pero no una tan
estrambótica como colgarse por los tobillos en su armario mientras limpia su revólver
con los ojos vendados. Por supuesto, debe ser un cínico consumado, pero sin ser
descarado. ¿Le sobra a usted un poco de sarcasmo?, agréguelo, pues. Si puede,
ponga un poco de whisky en el cajón de su escritorio y un teléfono viejo sobre
el cartapacio; un perchero en su oficina no estaría mal, pero no es
indispensable. Cuando él narre la historia debe hacerlo siempre usando la primera
persona del singular y usando el tiempo pasado, que es el tiempo narrativo
preferido del género. No es necesario para el autor ponernos en antecedentes
personales sobre su detective: lo que importa es sólo lo que hará a partir del
momento en que abramos su oficina. Su apellido habrá de pronunciarse,
preferentemente en una dos sílabas: Ar-cher, Mar-lowe (recuerde que se
pronuncia Mar-Lou), Spade, Con-de, aunque hay polisilábicos rescatables: Men-die-ta, Be-las-coa-rán,
Co-lum-bo.
B) Es necesario
que la obra cuente con una mujer fatal para complementar la disposición amorosa
del detective. Ella debe ser, preferentemente, rubia y de nariz respingona;
juvenil sin ser adolescente ya que su sensualidad, en equilibrio con su
aparente candidez, radicará en su comportamiento: el encender un cigarrillo
mirando a los ojos del detective, sus azules ojos brillando mientras el resto
de su rostro está en penumbra, o el sesgo de su sobrero de velo que le cubre
sólo un ojo, o la altura de sus piernas enfundadas en medias color ala de
mosca, preferentemente con la raya un poco corrida para que ella pueda
ajustársela frente al detective que la mira con ojos aparentemente desapasionados
pero que ocultan su avidez. Ella hablará con voz firme y siempre dejará en
claro que espera que el aire le abra paso mientras camina; solicitará la
búsqueda de alguna persona (casi siempre un amante fugado, un esposo por el que
ya no se interesa demasiado, pero que le sigue perteneciendo por lo que no
permitirá que se escabulla), o de un objeto cualquiera, usualmente una joya
familiar (que ha cambiado de dueño sin permiso del dueño). Ella puede
lloriquear un poco en los brazos de él… o no. Si hubiese una letra entre A y B,
en el inciso correspondiente diría que los diálogos entre ellos, detective y
mujer fatal, deben ser concisos pero usando palabras como nena, muñeca, ángel, la
pasta, el pájaro —refiriéndose
al individuo que ha volado—,
los hielos —los diamantes—, le recetó dos cápsulas del 45 —le pegó
dos tiros—, y otros por el
estilo. Por ejemplo:
—¿Cree usted que soy una mujer fatal?
—Vistes como una mujer fatal. Hablas
como una mujer fatal. Yo diría que lo eres, nena, excepto…
—Excepto… ¿qué? —preguntó ella acercándose a mí y
rozando mi mejilla con sus guantes de seda roja.
—Excepto que sé que eres una pájara
que salió de chirona ayer por defraudar a una anciana alemana—.
Ella soltó una sonora carcajada, demasiado vulgar para no ser la de una mujer
fatal. Se alejó taconeando suavemente en el piso de madera. Desde la puerta,
dijo:
—Hotel Brandenburg. Siete treinta.
Búscame cuando el la banda comience a tocar Sing,
sing, sing…
C) Un
personaje/objeto que no estará presente en la obra más que como referencia
entre los que dialogan, o como una estela de cadáveres que va quedando a su
paso, igual que un intangible terremoto que nadie puede asir pero que todos
sintieron su existencia, algo insustancial y que será, indiscutiblemente, el
objeto que origina la relación del detective y la mujer fatal. También puede
tratarse de una persona que se vuelve esquiva a voluntad, que está y no está a
un tiempo, que se sabe que pasó por allí pero que no se detuvo lo suficiente
como para dejar una huella profunda en los que servirán de comparsa. Ese
personaje debe tener alguna cualidad que lo individualiza, lo que será el
verdadero motivo por el que la mujer fatal lo busca: posee algo que ella quiere,
hizo algo que la afectó, hará algo que la comprometa, sabe algo que no debe
saberse, vio lo indebido o se sospecha de todas las posibilidades anteriores; incluso
puede ser que sepa algo que nadie más sabe, ni siquiera el narrador. Si es un
objeto debe destacar por su singularidad: un collar de perlas rosas de 50
gramos cada una, una estatuilla africana hecha con marfil de narval —lo que la haría más excepcional—, una sandalia de Lázaro después de la
resurrección, una serie epistolar entre Kennedy y Castro… todo puede ser
legítimo o apócrifo, claro; sólo se sabrá hasta el final de la obra.
D) Un informante
del detective; debe ser, preferentemente y a pesar de las protestas que esto
pueda despertar, de una minoría étnica y tener un negocio estereotípico: un
hebreo joyero, un marroquí vendedor de kebabs, un mexicano mesero en un tugurio,
un irlandés estibador de puerto, un polaco charcutero, et cætera, es decir, alguien que por moverse entre el mundo de la
mujer fatal y el del detective, en un limbo social que raya más en lo sórdido
que en lo sublime, puede aportar datos que orienten al detective (no al lector)
sobre el paradero del objeto/persona; los diálogos entre este personaje y el
detective deben ser crípticos:
—Escuché que buscas a un pájaro que
voló con algo que no le pertenece.
—Suelen hacerlo. ¿Qué sabes?
—Tal vez sepa algo, tal vez no.
—Míster Lincoln podría refrescarte la
memoria.
—Con Republicanos no bebo ni agua.
Tal vez Míster Hamilton —. Recibió
el billete y continuó—. Los
cuervos suele robar cosas brillantes, ¿sabes? Lo hacen por mera curiosidad, no
por codicia. El tuyo puede estar como el de aquella historia, la del poeta ebrio
de Baltimore.
—¿En el dintel de la puerta? ¿Cómo sabes que
es cuervo?
—¿Conoces el mito griego del cuervo y Apolo?
¿En tu casa hay puertas con dinteles?
Lo demás se
aclarará al lector hacia el final de la obra; también es indispensable que el
informante cuente con un apodo sonoro: Stinky
Rick Russeau, Caleb Shorty McLeod, Frank
Curro Jiménez, Jason TexMex Pérez, Lu Fourfingers Wang, Albert Whitey
Albine… hay mucho para elegir pero, como sucede con todos los apodos, el del
informante puede describirlo o ser todo lo contrario o no ser siquiera una
descripción física:
“Allí estaba, arrinconado contra la pared en aquel callejón, con el
cuarenta y cinco vacío; la sombra se agazapó unos metros más adelante. Decidí
jugármela. Salté hacia el escondite de James Brick James en el momento justo que un ladrillo salió disparado
hacia mi frente… luego, el piso se movía velozmente hacia mi cara
ensangrentada”.
E) Es primordial
que exista un “pez gordo” en la obra, detrás de quien estarán algunas de las
respuestas. Debe ser un hombre poderoso, claro, y se le asociará con una vida
opulenta sin ser disipada: buen gusto por los vinos (ha de preferir una cosecha
específica de Burdeaux que se haya recogido después de cierto evento climático
que afectara a las uvas, como un ciclón en Indonesia), por la comida española
(y deberá saber cuál es el mejor puesto de Las Ramblas para conseguir almejas
para la paella), por los tipos de navajas mexicanas (indispensable que conozca
la media de producción de acero de Altos Hornos de México en 1909 y las muertes
que los aceros causaron en las Revoluciones Mexicanas), por los libros antiguos
(tendrá en su haber, y presumirá al detective, su colección de las obras completas
del Duque de Rivas en edición de 1853, con prólogo de Enrique Ruiz de la Serna)
o coleccionará hachas de guerra (y la joya de la colección será la que usaron
para decapitar a William Wallace). Los guardaespaldas del pez gordo serán tipos
silenciosos o bullangueros en concordancia con los humores de su jefe; el pez
gordo y el detective deberán encontrarse en un restorán o en un hotel en donde
el pez gordo degustará una comida étnica y se quejará de algún mal estomacal.
—¿Bebe usted, señor Zaid? —preguntó y, sin esperar respuesta,
continuó hablando—. A mí me
gusta más la cerveza bávara que el licor, pero no cuando como esta delicia
eslava. La solianka debe acompañarse de vodka claro, pero creo que la acidez
del blanco del Rhin le hace un favor a toda esta grasa.
—Yo/
—Me pregunto, señor Zaid, como
seguramente usted se pregunta también —me
interrumpió—: ¿para qué echar a
perder un buen vino del Rihn con una sopa pobre del báltico, cuando se puede
regar fácilmente con… pero, decía usted, señor Zaid, perdone mis modales.
—Yo no/
—A veces olvido que ya no estoy en mi patria
querida, donde la voz más atronadora es la que se impone —elevó el tono dos
octavas mientras se golpeaba el pecho con puños como mazos—, sino en América,
la tierra de…—y abrió las manos en gesto de desamparo—, perdone. De nuevo he
olvidado mis modales.
—Decía que yo no/
—Vania —volvió a interrumpir, haciendo una
seña a uno de sus gorilas—…una copa de vino para el señor Zaid, ¡spiaŝacca! —luego, voltenado hacia mí y
bajando el tono al de una confidencia frente a la chimenea—… estos hombres… son
campesinos… sin educación… perdone usted señor Zaid. ¿Decía?
—Decía que no bebo.
—¿La úlcera? Yo la padezco hace diez, no,
doce años. Malditos médicos. Primero te dan una pastilla para la úlcera y luego
diez más para contrarrestar los efectos de la primera y desp/
—No bebo porque no me gusta.
F) El Cadáver,
que puede aparecer al principio, intermedio o final de la obra. Su función será
estar muerto. Los diálogos serán entre los supervivientes y se referirán a él
como el fardo, el fiambre, el bulto, el frío o, en Latinoamérica, se dirá de él
que colgó los tenis, entregó el equipo, mira las flores desde las raíces
(genialidad cortazariana), se lo cargó el payaso, lo chupó la bruja, chupó
Faros, enrolló el petate, valió… también hay para escoger. Y por último, pero
no menos importante,
G) Un tema. Éste
estará de acuerdo a las capacidades del escritor y no habrá límite para su
imaginación mientras sea capaz de no entremezclar géneros como fantasía con
historia, terror con romance o tecnología con ciencia, pero si el escritor
puede hacerlo y salir bien airado de la empresa, bienvenida sea su obra.
Todo esto,
lector@, es lo que hizo Allen Stewart Konigsberg, Woody Allen, en 1974 con cuento El Gran Jefe, incluido en el libro
Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (Allen 2007). Si le gusta el género negro
y disfruta el sarcasmo de Allen, no deje de leerlo. El cuento demuestra que,
aunque el género tiene que tener necesariamente homicidios, no son siempre el
sexo o el dinero los móviles del crimen. En este cuento aplica perfectamente la
frase de Sabina: nunca entiendo el móvil del crimen a menos que sea pasional… y
la filosofía también despierta pasiones.
Allen, Woody. 2007. “El gran jefe”. En Cómo
acabar de una vez por todas con la cultura, 8a ed., 149–61. Fábula.
Barcelona: Tusquets.
Hammett, Dashiell. 1992. The Maltese Falcon.
Vintage Crime / Black Lizard. USA:
Random House.
Imagen: https://www.google.com.mx/search?q=woody+allen+detective+movie&source=lnms&tbm=isch&sa=X&sqi=2&ved=0ahUKEwjsw4DbgKjTAhUqjFQKHd0pDaAQ_AUIBygC&biw=1366&bih=635#imgdii=HcV10XL-xnrdkM:&imgrc=vzK1XvJypDRdKM:
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