-No digas pendejadas… si esto fuera una novela se llamaría Los motivos de Clarice o alguna estupidez parecida.
Estaba en la calle Topacio, cerca de La Merced, ese barrio lleno de prostitutas aburridas y casas de bicicletas.
-No. Es un tipo que mata en serie. Todos los homicidios tienen cosas parecidas.
-Claro: los muertos.
-No seas simple. Hay algo más.
-¿Vas a comerte esto? –Le arrebató el vaso de fruta picada con chile.
Se levantó del cofre de la patrulla y empezó a andar sin esperar a ver si su compañero lo seguía. El otro lo alcanzó corriendo, los faldones de la camisa revoloteándole el cinto que hacía juego con las botas.
-¿Te han dicho que pareces policía judicial? –le preguntó con cierto interés.
-Nunca. ¿A ti te han dicho que pareces policía?
-Todos los días.
Con el sol brillando sobre sus cabezas se alejaron por entre los puestos de películas piratas y ropa barata.
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